«Todos los días me acompaña en la tienda; cuando vienen los clientes, les pasa con su pico la cadena donde está el timbre, algunos lo entienden y otros se asustan», cuenta Rosa a La Razón.

Muestra el aparato como diciendo “toque el timbre”, y a veces ensayando de vendedor, pasándoles algunos productos pequeños a los clientes.

Incluso va al mercado con su familia. Allí deja sorprendida a la gente, que se pregunta cómo un gallo sigue a sus dueños cual si fuera un perro.

Cuando ella se encuentra ocupada al fondo de la tienda, Jimmy hace de alerta; con cacareos le anuncia la llegada de los clientes y la necesidad de vender algo. “Él siente cuando se acercan clientes y empieza a cacarear», describe Rosa.

De blanco plumaje, una cresta roja carnosa, una barbilla elegante y unas garras y espolones hermosos, el animal es la atracción del barrio. Despierta tanta curiosidad, que los transeúntes no pasan sino preguntando sobre su nombre o intentar acariciarlo.

Es un gallo especial, hasta engreído. A Jimmy no le gustan los cereales como a las otras aves de su especie y se alimenta con la comida que Rosa le prepara. «Si come algo extra es maíz, pero cocido».

Ya forma del paisaje urbano, y los vecinos de la calle Potosí, cerca de la León, comienzan a adoptarlo. Ahora el gallo tiene cinco años de edad; muchos periodistas y cuentas de redes sociales están ocupándose de él.

No es para menos. Los gallos no solo tienen el oficio de cantor y despertador, también de tendero; es cosa de amaestrarlos o tratarlos con amor, nada más.