Cada 40 días muere una lengua y los cálculos más prudentes estiman que cuando termine el siglo solo quedarán la mitad de las 7.000 que se hablan en la actualidad
Cada 40 días muere una lengua. Una pérdida “catastrófica” que según los lingüistas se ve amplificada por la crisis climática. Los cálculos más prudentes estiman que, si no se hace nada para evitarlo, cuando termine el siglo solo quedarán la mitad de las 7.000 lenguas que se hablan en la actualidad.
Los hablantes de lenguas minoritarias han vivido una larga historia de persecución. Ya en la década de 1920 se habían extinguido la mitad de todas las lenguas indígenas de Australia, Estados Unidos, Sudáfrica y Argentina. Para muchas lenguas indígenas y los conocimientos que representan, la crisis climática es el “último clavo en el ataúd”.
Según Anastasia Riehl, directora de la unidad lingüística Strathy en la Queen’s University en Kingston (Ontario, Canadá), “las lenguas ya son vulnerables y están en peligro” debido a factores como la globalización y las migraciones que llevan a las comunidades a trasladarse a regiones donde su lengua no se habla o no se valora. A Riehl le parece “especialmente cruel” que la mayoría de las lenguas del mundo se encuentren en zonas cada vez más inhóspitas para las personas.
Con 110 lenguas en solo 12.189 kilómetros cuadrados, el país insular de Vanuatu tiene la mayor densidad lingüística del planeta: una lengua cada 111 kilómetros cuadrados. Ubicado en el Pacífico Sur, también es uno de los países más amenazados por la subida del nivel del mar.
“Muchas pequeñas comunidades lingüísticas están en islas y costas vulnerables a los huracanes y a la subida del nivel del mar”, dice Riehl. Otras viven en tierras donde el aumento de la temperatura amenaza a la agricultura y a la pesca tradicional, lo que provocará migraciones. “Cuando entra en escena el cambio climático, el trastorno para las comunidades es aún mayor”, añade. “Es un efecto multiplicador, el último clavo en el ataúd”.
Asia y el Pacífico, los más perjudicados
Aún no se han estudiado bien los efectos del calentamiento global sobre las lenguas, pero se sabe que ha provocado un aumento en la ocurrencia de olas de calor, sequías, inundaciones y subidas del nivel del mar que exponen a millones de personas a la falta de agua y de alimento, expulsándolas de sus hogares.
Las catástrofes provocaron 23,7 millones de desplazamientos internos en 2021 y en su mayoría fueron de origen meteorológico. En 2018 los desplazamientos habían ascendido a 18,8 millones.
En los últimos 10 años, Asia y el Pacífico han sido las regiones más afectadas del mundo por los desplazamientos, con los países insulares del Pacífico entre los más perjudicados con relación al tamaño de su población.
Pero es precisamente esta zona donde más han prosperado muchas lenguas indígenas. Según la comisión de lenguas maoríes de Nueva Zelanda, una de cada cinco lenguas del mundo procede del Pacífico.
Según Anouschka Foltz, profesora asociada de Lingüística Inglesa en la Universidad de Graz (Austria), “el Pacífico, incluyendo Indonesia, India y Filipinas, tiene una gran variedad lingüística, con algunas lenguas habladas solo por unos cientos de personas”. “Si hay una subida en el nivel del mar, o algún otro impacto climático, tendrán que marcharse”, dice. “Las comunidades se dispersan hacia lugares donde su lengua no es valorada”.
En el mapa de las 577 lenguas que sufren grave peligro de extinción se distinguen grupos en la zona de África ecuatorial, en la región del Pacífico y en el océano Índico.
“Como bombardear el Louvre”
Para atajar la crisis, la ONU puso en marcha el pasado diciembre el Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas. El presidente de la Asamblea General de la ONU, Csaba Kőrösi, ha pedido que los países permitan el uso de las lenguas de comunidades indígenas en los sistemas educativos, ya que preservarlas “es importante no solo para ellas, sino para toda la humanidad”.
“Con cada lengua indígena que se extingue, desaparecen el pensamiento, la cultura, la tradición y el conocimiento que encierra”, dijo Kőrösi, haciéndose eco de las palabras del lingüista y activista estadounidense fallecido Ken Hale. Perder una lengua, decía Hale, es como “lanzar una bomba sobre el Louvre”.
El doctor Gregory Anderson es director del Instituto de Lenguas Vivas para las Lenguas en Peligro, una ONG que tiene su sede en Estados Unidos y se dedica a la documentación y el registro de las lenguas en peligro. “Nos dirigimos hacia una pérdida lingüística y cultural catastrófica en el próximo siglo”, dice.
Según Anderson, la muerte de una lengua (el momento en que fallece su último hablante fluido) suele ser el resultado de “algún tipo de agresión” contra las comunidades indígenas. Esta agresión puede ser directa, como cuando Estados Unidos, Canadá, Australia y los países escandinavos obligaron en el siglo XX al internamiento de los niños indígenas en colegios donde les prohibían hablar su lengua materna; o encubierta, como cuando se excluye de los puestos de trabajo a personas con acentos marcados.
Recuperación
Suprimir la lengua indígena está asociado al desarrollo de problemas de salud mental, según los estudios, que indican la misma relación en sentido inverso. En Bangladesh, por ejemplo, se demostró que los jóvenes indígenas capaces de hablar su lengua materna estaban menos expuestos a la violencia y tenían menos probabilidades de consumir alcohol o sustancias ilegales en cantidades peligrosas.
Pero también hay algunas buenas noticias, como los logros obtenidos por Nueva Zelanda y por Hawái en la recuperación de lenguas indígenas.
En los años 70 solo quedaban 2.000 hablantes nativos de hawaiano y la mayoría estaba en la sesentena. Entonces los defensores del idioma lanzaron “escuelas de inmersión” donde los niños aprenden en hawaiano y en la actualidad lo hablan más de 18.700 personas.
En Nueva Zelanda, solo el 5% de los jóvenes maoríes hablaba la lengua en los años 70. En la actualidad es hablada por más de un 25% gracias en gran parte a los esfuerzos de los maoríes, con el apoyo del Gobierno.
“Las lenguas indígenas son un ancla al pasado, así como una brújula para el futuro”, dice la profesora Rawinia Higgins, del Grupo de Trabajo Mundial para el Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas 2022-2032. “Hace 35 años, la gente luchó por salvar la lengua maorí y el Gobierno de entonces la convirtió en lengua oficial protegida por la ley”, añade Higgins, que dentro del Grupo de Trabajo es comisaria de la lengua maorí de Nueva Zelanda. “Antes prohibida y considerada por muchos como carente de valor, más de ocho de cada diez la consideramos ahora parte de nuestra identidad como neozelandeses”.
A la intérprete, locutora y periodista maorí neozelandesa Oriini Kaipara sus abuelos le enseñaron la lengua en los kōhanga reo [nidos lingüísticos] donde solo se habla maorí. “Mi generación tuvo la suerte de criarse en inmersión total”, dice Kaipara.
Kaipara presenta las noticias en horario de máxima audiencia. Con la barbilla adornada con la marca maorí moko kauae, se ha convertido en una embajadora de los maoríes. “Pero la pérdida de la lengua sigue siendo una gran amenaza para nosotros. Las generaciones de hablantes nativos conservaban las costumbres, la comprensión y los conocimientos indígenas transmitidos por sus padres y eso ha desaparecido”, dice.
Kaipara habla de la “forma única” que los maoríes tienen de conectar con su entorno, solo accesible a través de la lengua. La palabra matemateāone es casi intraducible pero expresa “un profundo anhelo emocional, espiritual y físico” por la Tierra. “En esencia, significa que pertenezco a algo”, dice. “Mi lengua es una puerta a mi mundo”.