Muchas de las especies en los montes no cuentan con las capacidades suficientes para escapar de las llamas.
La temporada de incendios en Bolivia, como en muchas otras partes del mundo, deja tras de sí un rastro de devastación tanto para la naturaleza como para la vida silvestre. Sin embargo, el trágico número de cuántos animales han perdido la vida o se han visto obligados a huir de las llamas es una cifra que permanece incierta en nuestro país. Aunque se sabe que los pequeños mamíferos e invertebrados son los más vulnerables por el fuego y que todas las especies que llaman hogar a los montes enfrentan la pérdida de su hábitat, la ausencia de una metodología adecuada dificulta la evaluación precisa de esta catástrofe ecológica.
La magnitud de la tragedia se vuelve más palpable al considerar que, en general, las especies que perecen en los incendios son aquellas que no tienen la capacidad de huir a través de grandes distancias, como los conejos, reptiles y anfibios. No obstante, incluso aquellos que logran sobrevivir inicialmente se encuentran en un peligro inminente. La destrucción de su hábitat los priva de alimento y refugio, forzándolos a desplazarse hacia zonas desconocidas o acercarse a las poblaciones humanas en busca de recursos.
Las aves, afortunadas en su capacidad para escapar de las llamas, también sufren un destino cruel. Aunque pueden huir del fuego, se ven privados de su alimento y de sus nidos. Aquellas en pleno período de reproducción enfrentan un “fracaso reproductor”, con crías que aún no pueden volar y que caen víctimas de las circunstancias.
En esta desoladora realidad, el departamento de Cochabamba se destaca como el epicentro de los incendios en Bolivia. Sin embargo, es Santa Cruz el que lleva la carga más pesada, con vastas extensiones de tierra devoradas por las llamas. Según el viceministro de Defensa Civil, Juan Carlos Calvimontes, los incendios consumieron una cifra alarmante de 82.768 hectáreas en todo el país. De esta área, Santa Cruz soportó el mayor impacto, con 49,836 hectáreas afectadas; seguido por Beni con 23,189 hectáreas; La Paz con 3.449 hectáreas; Tarija con 2,997 hectáreas; y Cochabamba con 1,785 hectáreas.
A pesar de estos datos, el recuento preciso de las vidas animales perdidas en estos incendios sigue siendo un misterio, una cifra que solo puede ser especulada pero no afirmada con certeza. La falta de una metodología adaptada a las realidades bolivianas obstaculiza cualquier intento de cuantificar el impacto sobre la fauna. Es imperativo que las autoridades, los científicos y la sociedad en su conjunto trabajen juntos para desarrollar métodos efectivos de evaluación y seguimiento que permitan arrojar luz sobre esta tragedia silenciosa y, con suerte, prevenir futuras pérdidas de la valiosa biodiversidad de Bolivia.