La semana pasada, después de siete años de construcción, se inauguró el salón Bumblebee. Fue presentado como el nuevo cholet de El Alto, aunque la edificación en realidad es parte de la arquitectura transformer de Santos Churata.
Pero ese es el denominativo que se le ha dado a estas megaconstrucciones de colores y diseños brillantes, que muestran la opulencia de un sector que gana poder en la joven urbe. No son simples edificios habitacionales, sino edificaciones funcionales con locales de eventos, tiendas comerciales y complejos deportivos que garantizan ingresos a futuro y que se coronan con una residencia para los dueños.
Pero ¿quiénes son los propietarios de estas construcciones? ¿Cuál es su perfil?
“Una gran mayoría son comerciantes, otros son mayoristas y otros viajan al exterior. También son transportistas y otros dedicados a la gastronomía. También hay mineros auríferos”, señaló Freddy Mamani Silvestre, uno de los principales exponentes de la arquitectura neoandina.
Sólo en El Alto, Mamani ya diseñó y construyó más de 70 de estas edificaciones. Contando las que están en otros departamentos y fuera del país, las obras de su hoja de vida pasan las 100.
Los oficiales de crédito de diferentes entidades financieras corroboran lo dicho por Mamani. Comentaron que otros propietarios son dueños de surtidores de combustible, importadores de piezas de automóviles, mecánicos y hasta sastres.
“Quien tiene buen dinerito busca calidad”, afirmó el sastre Alejandro Chino, propietario del Rey Alexander, en un documental sobre la obra de Mamani.
Otro de los ejemplos es el Salón de Eventos Samurai, conocido como el cholet Volvo, diseñado por el arquitecto Víctor Paz. Los dueños son Antonia Sirpa y Eugenio Quispe, una pareja dedicada al transporte de carga internacional, forma de vida que quisieron plasmar en su edificio. Es por eso que en la fachada lleva incrustada la imagen de un trailer.
En el caso del “transformer”, Edificio Libertad, uno de los más llamativos en Ciudad Satélite, por la réplica de la estatua de la Libertad de Estados Unidos, los dueños no están del todo identificados. En vida, Churata, el constructor de la obra, indicó con mucho recelo (por la seguridad de sus clientes) que se trataba de una pareja de reconocidos abogados. Sin embargo, los vecinos del lugar dicen que son comerciantes de línea blanca.
En éste y en otros tantos casos es poco lo que se sabe de los propietarios y lo que se conoce es muy general. Son reservados al momento de detallar cómo construyeron su imperio. En lo que coinciden es que es el fruto de años de un trabajo duro, mismo que deberán mantener por mucho tiempo más.
Esta previsión no es para menos. Muchos de los propietarios tienen deudas con los bancos, que van desde los cientos de miles de dólares hasta los millones. “Uno tiene una deuda de más de dos millones de dólares”, relata una fuente cercana.
Los edificios de los qamiris
Cuando uno pregunta a quiénes pertenecen los cholets y transformers de El Alto, rápidamente se suele responder: a la nueva burguesía aymara.
Pero hay otro término más acorde: qamiri aymara o, en este caso, qamiri alteño urbano.
Los qamiri son definidos como personas con poder económico. El sociólogo Pablo Mamani señala que son migrantes que llevan en los genes habilidades para asentarse y buscar la forma de “hacer dinero, sin plata”.
En su artículo “Los qamiris urbanos y la arquitectura posmoderna”, el sociólogo aymara Jesús Humérez señala que la emergencia de los qamiri o “emprendedores” —aymaras y quechuas— no se debe a las políticas del gobierno de Evo Morales, que privilegió una imagen romántica sobre los “indígenas”.
“Responde a diferentes procesos sociales, históricos y culturales de la migración del campo a la ciudad impulsados desde 1953 con la Reforma Agraria y, décadas después, con el DS 21060 de 1985”, declaró.
El arquitecto aymara Guido Alejo aclaró que el qamiri, como grupo social con poder económico, no necesariamente está en una dinámica de empoderamiento político y conquista del poder estatal. Sino que se desenvuelve en una dimensión alejada del Estado, con sus propias rivalidades y pugnas por un poder simbólico, lo que se refleja en la necesidad de prestigio social.
“Se afirma que el poder económico conlleva al poder político, es una posibilidad latente, aunque ya existe una referencia clara en este aspecto. El ‘qamiri’ de las laderas paceñas tiene poder económico desde hace varias décadas, sin embargo, no ha visto necesario incursionar en una disputa por el poder político, sino se desenvuelve en la disputa por el poder simbólico que implica ostentar su éxito económico en entradas folklóricas como el Gran Poder”, explicó en su artículo “Cholet: apuntes sobre su construcción mítica”.
Edificios para generar dinero
Mamani estima que en los cholets hay una inversión, promedio, de entre 200 mil a 500 mil dólares. Sin embargo, fuentes cercanas a estas construcciones afirman que en algunos casos la inversión puede superar fácilmente el millón de dólares.
“Se hacen inversiones fuertes, porque justamente son eso, una inversión. No son simples casas para aparentar que se vive en riqueza, deben ser fuentes de ingreso que te den réditos hasta el último de tus días y luego a tus hijos”, explicó la fuente.
Bajo esa lógica es que estos edificios son completamente funcionales y buscan la mayor cantidad de beneficios para el propietario. Tienen tiendas comerciales, salones de eventos y espacios culturales. Otros, de mayor tamaño, tienen canchas de wally o futsal, parqueos, departamentos , gimnasios y restaurantes. Sólo la última planta se habilita para la residencia del propietario y su familia.
“Los dueños, en una gran mayoría, son comerciantes y ellos invierten en estas edificaciones como una forma de jubilación para el futuro. En el tiempo tienen que generar dinero de forma constante, en todo el transcurso de su vida”, indicó Mamani.
Si bien los principales beneficios son para los dueños, por la estructura física, la imagen y su novedad, son edificaciones muy llamativas que hacen que haya un interés turístico que beneficia a toda la población.
“Los extranjeros lo conceptúan como una arquitectura única y hasta estudiantes vienen a hacer investigaciones. Es un aporte muy complejo y en varias ramas”, añadió Mamani.
Inauguraciones a lo grande
La inauguración del Salón de Eventos Bumblebee tenía dos escenarios, en los que se presentaron los grupos más taquilleros del país, incluido Maroyu y sus lindas chiquillas. Las invitaciones circularon en físico, acompañada de una botella de cerveza, y en digital, con saludos personalizados de los artistas.
A la fiesta llegó la alcaldesa Eva Copa con 50 cajas de cerveza. Junto a su esposo, la autoridad saludó y brindó con los propietarios, una joven pareja que apenas pasa de los 35 años. Estuvieron presentes los medios de comunicación y hasta bloques de fraternidades.
A pocas cuadras está una de las obras más ambiciosas de Mamani, el Titanic, como le han bautizado los vecinos, ya que aún no tiene un nombre oficial. Será inaugurado en unos meses y se espera una fiesta igual.
100
cholets de Freddy Mamani ya fueron construidos dentro y fuera
del país, 70 están en El Alto.