El Movimiento Al Socialismo (MAS) camina a paso firme hacia su división mientras se queman etapas de la discusión a paso acelerado. A final de mes puede confirmarse el cisma si el sector arcista lleva su Congreso adelante en El Alto y una semana después, el sector evista en Lauca Eñe. Cada uno tiene su propio Pacto de Unidad, sus indígenas, su Central Obrera auténtica, etc., por lo que simplemente se tratará de seguir adelante.
Aunque esto esté en el aire, la discusión política va mucho más acelerada. Independientemente de lo que suceda en cada uno de los Congresos o si milagrosamente se pacta uno de unidad, los estrategas ya han superado la pelea sobre si la otra parte tendrá la posibilidad de inhabilitar a Evo Morales como candidato del MAS, bien a través del Tribunal Supremo Electoral, bien a través de una forzada interpretación del Tribunal Constitucional sobre las vías de reelección.
La pregunta clave viene después suponiendo que Evo Morales logra salir victorioso de todas las pugnas y airoso de todas las trampas. ¿Puede ganar la elección?
Más allá de la consideración sobre lo sucedido en la elección de octubre de 2019, lo cierto es que los datos oficiales del TSE de aquel entonces, que luego se anularon, señalaba una victoria por apenas 10,5 punto por encima de Carlos Mesa. Es decir, aproximadamente un 47% de los votos.
Es verdad que la cifra sigue siendo abultadísima y poco corriente para cualquier democracia occidental de sistema parlamentario y también para los países con sistemas presidenciales – Perú, Ecuador, etc., apenas están sumando 30% en primeras vueltas – pero en Bolivia sigue siendo escasa.
Morales llegaba a esa elección con todo el desgaste de los años de gobierno y, sobre todo, contra la voluntad de lo dispuesto en la Constitución y en el resultado del referéndum popular de 2016. Aún así decidió desafiar la legalidad con artimañas leguleyas y logró sumar el 47%. ¿Por qué?
Los analistas coinciden en señalar que al final el resultado se debió a:
– Los buenos resultados económicos obtenidos a lo largo de los años, donde la mayoría de las familias han cambiado su situación para mejor.
– El miedo al cambio, aunque haya múltiples consideraciones que generen ese temor.
– La falta de representatividad de la oposición, que no llega a las clases populares.
– La división de la oposición, que en 2019 concurrió con Carlos Mesa por un lado, Demócratas por otro lado y apareció Chi Hyun Chung para atraer un voto radical o desencantado.
Los analistas también coinciden en señalar que en segunda vuelta el MAS hubiera perdido, aún cuando el voto de Chi, un 8% decisivo, se logró en áreas fundamentalmente pobres. El escaso 4% de Demócratas se hubiera unido a Carlos Mesa.
Después de tanto revuelo, el MAS se volvió a imponer en 2020 básicamente porque las condiciones del resultado eran las mismas, pero se había quitado la rémora del candidato quemado y penalizado, en ese caso Evo Morales, colocando a uno sin carisma, pero capaz de conectar mejor con ciertas clases medias y urbanas, que son mayoría en el padrón.
El nuevo escenario para Evo
En 2023 las circunstancias han cambiado. Morales ya no es el presidente del Gobierno y ya no es un candidato ilegal, aunque los sondeos señalan que no se ha quitado su chapa de antidemócrata.
Por otro lado, el país lleva arrastrando una crisis de credibilidad financiera sobre todo, por el mal manejo político, algo que ha arrinconado a Arce de quien Morales se ha desmarcado precisamente para conservar la idea del gestor ideal sobre él y no sobre su ministro.
El miedo a que no continúe el gobierno de Arce no existe en tanto su gestión está siendo una permanente contradicción.
Y sin embargo, se mantienen las dos premisas que más favorecen a cualquier candidato del MAS: la falta de representatividad de la oposición y su división interna que, de momento, advierte con presentar al menos dos bloques a la pugna.
En Bolivia la primera vuelta se gana con un 40% y diez puntos de distancia con el siguiente.