Desde hace años se considera la posibilidad de usar «pantallas» para bloquear la radiación solar suficiente para mitigar los efectos del calentamiento global
Los resultados se publican en la revista Plos Climate en un artículo que firman científicos del Centro de Astrofísica de Harvard y Smithsonian y de la Universidad de Utah, quienes subrayan que su estudio sólo explora el impacto potencial de esta estrategia y no evaluá si los escenarios descritos son logísticamente viables.
«No somos expertos en cambio climático ni en la ciencia espacial necesaria para trasladar masas de un lugar a otro. Sólo estamos explorando diferentes tipos de polvo en una variedad de órbitas para ver la eficacia de este enfoque».
En concreto, proponen que el polvo lanzado desde la superficie lunar o desde una estación espacial situada entre la Tierra y el Sol podría reducir la radiación solar lo suficiente para mitigar los efectos del cambio climático.
Así, el equipo científico apuesta por el polvo lunar como posible alternativa para dar sombra a la Tierra.
Para las simulaciones, el equipo aplicó al concepto de polvo lunar una técnica utilizada para estudiar la formación de planetas alrededor de estrellas lejanas, su objeto de investigación habitual, relatan sendas notas de prensa del Centro de Astrofísica y la Universidad de Utah.
La formación de planetas es un proceso desordenado que levanta polvo astronómico, el cual forma anillos alrededor de las estrellas anfitrionas. Estos anillos interceptan la luz de la estrella central y la irradian de una forma que puede detectarse.
«Esa fue la semilla de la idea: si tomamos una pequeña cantidad de material y lo ponemos en una órbita especial entre la Tierra y el Sol y lo rompemos, podríamos bloquear una gran cantidad de luz solar con una pequeña cantidad de masa», dice Ben Bromley, de Utah.
Los investigadores exploraron dos escenarios. En el primero de ellos, situaron una plataforma espacial en el punto de Lagrange L1, el más cercano entre la Tierra y el Sol (los puntos Lagrange son cinco posiciones del espacio donde la atracción gravitatoria del Sol y la Tierra se equilibran, lo que proporciona ubicaciones estables para las astronaves).
En las simulaciones, dispararon partículas desde la plataforma a la órbita L1, incluyendo la posición de la Tierra, el Sol, la Luna y otros planetas, y rastrearon dónde se dispersaban las partículas.
Descubrieron que, lanzado con precisión, el polvo seguía una trayectoria entre la Tierra y el Sol, creando sombra, al menos durante un tiempo; los vientos solares, la radiación y la gravedad del sistema solar desviaban fácilmente el polvo de su trayectoria.
El equipo concluye que se necesitaría crear un suministro inagotable de nuevos lotes de polvo para lanzarlos a órbita cada pocos días, una vez que se disipa «el rocío» inicial.
En el segundo escenario, dispararon polvo lunar desde una plataforma en la superficie de la Luna hacia el Sol y comprobaron que las propiedades inherentes del polvo lunar eran las adecuadas para funcionar eficazmente como parasol.
Las simulaciones probaron cómo se dispersaba el polvo lunar a lo largo de varios recorridos hasta que encontraron trayectorias excelentes dirigidas hacia L1 que servían como un eficaz parasol.
Joanna Haigh, del Imperial College de Londres, quien no participa en este estudio, opina que «los cálculos están cuidadosamente estudiados y los resultados respecto al balance energético de la Tierra parecen sólidos. Sin embargo, en términos de mitigación del calentamiento global, hay un problema fundamental con el concepto que subyace a este tipo de geoingeniería global».
«(…) Quizá el principal problema sea la sugerencia de que la aplicación de estos planes resolverá la crisis climática, cuando lo único que hace es dar a los contaminadores una excusa para no actuar», señala al Science Media Centre británico.