El proceso es explicado por la historiadora Sayuri Loza y el antropólogo Milton Eyzaguirre.
Su adoración comenzó en la época de los Pukaras mediante rituales, según la historiadora Sayuri Loza. Era venerado por habitantes prehispánicos y, además, entonces tenía las rodillas dobladas y un caracol en la mano.
“Esta figura que se ha hallado es la de un hombre que tiene una joroba muy grande y que la podemos ver en la figura que es conocida como la ‘illa’, a la que se le ha atribuido características femeninas”, argumenta Loza.
Añade que “este jorobado, este k’umillo, tenía además la rodilla doblada y lo que lo caracterizaba era la joroba que era muy fuerte en el imperio incaico, porque consideraban que las personas jorobadas eran una especie de amuletos de buena suerte”.
FERTILIDAD.
Ya en su segunda transformación, en el periodo incaico, lo asociaban a la fertilidad. Le quitaron la joroba y le dieron fuerza al miembro fálico. Se lo conoce como el Ekeko Tunupa, el que tiene pene erecto.
En una tercera fase de su cambio, durante la Colonia en La Paz, se decide aceptar el culto al Ekeko y ya no considerarlo una cosa oscura, prohibida, sino una fiesta de la paceñidad. Sin embargo, a la mentalidad conservadora de la sociedad de entonces le resulta muy escandaloso, al ver un personaje con el pene erecto. Así, se decidió darle las características del entonces corregidor Sebastián de Segurola. En vez de la joroba le ponen cargamento (k’epi), como el hombre que está llevando mucha comida.
“Sebastián de Segurola es el que manda a que le pongan su rostro; como todo político, para que la gente se acuerde de él, y esa carita que tenía, es la que se mantiene hasta el presente, es el rostro de un hombre blanco de cabello negro, gordo”, explica Loza.
En ese sentido, para los habitantes la gordura del Ekeko significaba abundancia, opulencia y poder compartir sus riquezas.
Ya en una cuarta etapa, se lo transforma como actualmente es, con un saco y pantalón del siglo XX y el sombrero tipo fedora. “Cuando surgió, el Ekeko estaba muy de la mano con la Pachamama y la lógica es que el Ekeko es la semilla con el pene erecto que cae a la tierra, y es la que hace crecer esa semilla y la devuelve en mayor proporción”, dice Loza.
De Segurola fue quien dispuso que se realice el festejo de la Alasita cada 24 de enero y, de esta manera, apareció lo que antes se llamaba “la feria de intercambios”, con trueques, y no lo que hasta ahora se observa con la compra y venta de miniaturas.
Se cree que los Ekekos son amuletos para llevar prosperidad a las familias, cuanto más cargado está, mayor es la promesa de riqueza para el dueño.
No obstante, el propietario de esta miniatura debe engreírlo mediante una serie de rituales, caso contrario, la tradición advierte que el Ekeko puede vengarse o maldecirlo por su descuido.
La evolución del Ekeko
CERCO.
En 1781, La Paz sufrió dos cercos protagonizados por los aymaras, quienes demandaban la independencia del yugo español. Los habitantes de la ciudad padecieron hambrunas, no llegaban los alimentos y hubo asedio. En tanto que Sebastián de Segurola, quien fungía como intendente, se salvó de aquella escasez.
En agradecimiento, cuando acabó el cerco, permitió el culto al Ekeko mediante la feria de Alasita, en la que las personas ahora compran en miniatura lo que quieren obtener durante el año, como estudios, vehículos, aparatos, alimentos, casas, vehículos, objetos electrónicos, entre otros.
En ese sentido, el jefe de la Unidad de Extensión del Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef), Milton Eyzaguirre, indica que en el contexto andino la joroba se la representaba como “llevar suerte a la comunidad”.
“En nuestro contexto, estos elementos son vistos como algo monstruoso; en el periodo prehispánico era el nexo entre los seres humanos y las deidades, es por eso que las personas, animales, plantas o minerales que tenían estas deformaciones eran considerados como elementos que iban a traer buena suerte”.
Eyzaguirre aclara que el Ekeko, inicialmente, es el Tunupa, la deidad andrógina relacionada con el fuego y el agua, una misma divinidad que puede ser masculina y femenina, y que puede traer este tipo de deformaciones a los seres humanos.
“El Ekeko o el Tunupa te pueden marcar para que tú en un futuro si naces con algún tipo de deformación o señal, puedas ser un yatiri o chamakani”, este último es conocido en aymara como “dueño de la oscuridad”.
Eyzaguirre menciona que esta deidad andrógina estaba vinculada al rayo y la lluvia, al varón y la mujer. Acorde con las regiones cambia su imagen (varón, mujer). Actualmente, es un varón gordo con rasgos mestizos, con características hispana y andina.
EKEKA.
En la aparición de la Ekeka se trató de disfrazar a la Illa, que es el hombre k’umu de los Pucaras, y le dieron forma. Esto por parte de Mujeres Creando hace 10 años. Pero no tuvo mayor relevancia y desapareció. “No hay un registro antes de las Mujeres Creando”, añade Loza.
“El tener una figura de varón tiene que ver con el proceso ‘machista’ de los españoles, ellos invisibilizaron las imágenes femeninas”, complementa Eyzaguirre.
Loza explica que hay muchas cosas en las que se debe tener cuidado al momento de conservar un Ekeko. Por ejemplo, en caso de que esta miniatura esté soltera, lo recomendable es que le compren una esposa. Puede ser cualquier muñeca, una de trapo, una Barbie; caso contrario se casa con el dueño. En el caso de las personas solteras, se les dificulta casarse porque el Ekeko las reconoce como su esposa.
Más al contrario, si se compra un Ekeko y la propietaria tiene su esposo, la figura hace que el esposo muera porque él querrá ocupar ese lugar. Asimismo, Loza revela que el hombre soltero tiene buena relación con el Ekeko; eso sí, ya cuando se casa, genera conflictos. Loza recomienda que luego de comprarle una esposa a esta miniatura, se debe llenar su ch’uspa con monedas de 10 centavos, mucho mejor con las que se encuentran en la calle.