No nos sigamos engañando: en realidad no existen los mejores libros, series, películas, exposiciones, conciertos, discos, pódcasts, canales o cómics del año. Se habla mucho de los sesgos de los algoritmos y casi nada de los sesgos de la crítica cultural, de cómo nuestras lecturas o nuestro consumo dependen de la edad, formación, clase social, amistades, ciudad de residencia, acceso gratuito o no a ciertas obras y plataformas, gustos, etc. La producción narrativa y artística de nuestra época es inabarcable. Solo podemos evaluar, al final del año, esa limitada lista de reproducción que conforma nuestra experiencia. Y dejar que sea el lector quien asuma la parte por el todo. O no.
2022 ha sido el año del fin de los confinamientos por pandemia y, por tanto, del regreso a las ferias del libro, los festivales y los viajes. La Feria del Libro de Buenos Aires, por ejemplo, batió records de asistencia y compra. Ha sido el año de la euforia, sí, pero también de la depresión. El año del triunfo de Argentina en el Mundial de fútbol y de la guerra de Ucrania. La cultura ha tomado el termómetro de esa atmósfera. Si tuviera que escoger dos hilos que enhebran algunas de mis lecturas y vivencias más intensas de los últimos 12 meses, tendrían que ver con esas dos dimensiones o temperaturas: el trauma y la fiesta, la enfermedad mental y la celebración de estar vivos, el llanto y el perreo.
La mejor serie —de las que he podido ver— ha sido Severance, que empieza con un episodio titulado, precisamente, “Buenas noticias sobre el infierno”. En sus siete primeros minutos lloran, por separado, sus dos protagonistas. La ficción de Dan Erickson imagina para AppleTV+ una empresa cuyos trabajadores disocian radicalmente la jornada laboral de la vida íntima, hasta el extremo de escindirse entre dos individuos que no pueden acceder a los recuerdos del otro. La angustia de “los otros” laborales es tal que la protagonista intenta suicidarse. Es psicológicamente insoportable vivir atrapados en una oficina diseñada como un laberinto de claustrofobias.
Tres de mis mejores amigos han abordado esa misma zona incómoda y tan humana en los proyectos que han publicado en 2022: Eloy Fernández Porta en su ensayo autobiográfico Los brotes negros, Marc Caellas en su antología comentada Notas de suicidio y Jaime Rodríguez Z. en el podcast Informe de los bosques. Ha sido el año en que se ha normalizado la conversación, en todos los niveles sociales y artísticos, sobre la salud mental. La temporada de la serie de comedia Ted Lasso, que aborda los ataques de ansiedad del entrenador de un equipo de fútbol, fue una de las grandes ganadoras en la última edición de los premios Emmy. Y al mes siguiente, en octubre, el primer premio de audio del Festival Gabo destacó el pódcast La segunda muerte del Dios Punk, de Nicolás Maggi, que narra el acoso sufrido por un músico callejero con problemas psicológicos, que lo condujo al suicidio.
Uno de los mejores cómics que he leído, Pesimismo mágico, de Borja Sumozas, se abisma en las monstruosidades del inconsciente para encontrar en el corazón del horror algunos pretextos para la comedia. Hemos pasado del realismo mágico a su versión pesimista, con destellos de humor negro. Existe una correlación entre la nueva literatura gótica latinoamericana y la multiplicación de narrativas terapéuticas y confesionales, dos de los fenómenos literarios más importantes de estos años. “El Diablo camina en los pensamientos, se enrosca, espía, teje su red de araña”, dice la escritora boliviana Liliana Colanzi en uno de los relatos de Ustedes brillan en lo oscuro (Premio Ribera del Duero 2022). “Un pueblo es una cadena de pesadillas”, añade la ecuatoriana Natalia García Freire en la novela Trajiste contigo el viento.
La mejor manera de conjurar los demonios ansiosos y los sueños oscuros es, sin duda, la fiesta. En el centro de mi memoria emocional de este año que se diluye está el Festival Red Latam de Medios Digitales y Periodismo, que tuvo lugar a finales de octubre en Ciudad de México. En las charlas entre séniors y júniors, la cronista argentina Flavia Fioro coincidió con la guatemalteca Melisa Rabanales en la necesidad de contrapesar o incluso contrarrestar las narrativas de la violencia, la migración o el narco con los relatos de las revoluciones festivas que están sucediendo en América Latina. Las nuevas generaciones están proponiendo retóricas y dinámicas alternativas. Para llevar la teoría a la práctica, con el vino y los canapés llegó también el perreo. Nunca había estado en un congreso en el que se perreara. Me pareció una energía que nos vincula con el futuro. Como dice el título de un libro sensacional que solo podía ser colectivo: Vamos pal perreo.
No es casual que en el directo de Motomami, el multipremiado disco que ha confirmado a Rosalía como gran estrella global, hubiera espacio para el perreo. Parte del enorme éxito del proyecto se debe a que ha sabido leer a la perfección el cardiograma de esta pospandemia. Tanto en el disco como en el concierto, las canciones van pasando de la alegría a la tristeza, de la euforia a la melancolía, con un ritmo que se parece mucho al de nuestros días. O al que captan en tiempo real nuestras redes sociales.
Autodefensa y The Bear, otras dos excelentes series de este año, han sintetizado a la perfección esas dos dimensiones complementarias de la experiencia humana. Sus protagonistas, instalados en una montaña rusa vital, sobreviven a los ataques de pánico y el insomnio mediante la terapia conversacional y el culto a las fiestas o al trabajo creativo. Vivimos en los locos años 20 del siglo XXI, nos dicen, una época en la que estamos aprendiendo a conciliar la vida loca con los nuevos discursos sobre salud mental. En la que, al fin, podemos hablar en voz alta sobre nuestra tristeza o nuestros duelos, mientras nos recuperamos de las secuelas del COVID-19 y salimos a bailar.