Existen casi 30 volcanes en erupción en el mundo, pero es un número relativamente pequeño y, de hecho, «que haya sólo esa cantidad es más anormal que si hubiera 50», indicó a EFE el presidente del Colegio de Geólogos de España, Manuel Regueiro, porque «las zonas volcánicas son muchísimas: los bordes de las placas tectónicas ocupan millones de kilómetros».
Algunos volcanes alcanzan una extensión «inmensa» de territorio, añadió, como la caldera de Yellowstone en Wyoming o la de La Garita en Colorado (ambos en EEUU) y el Lago Toba en Sumatra (Indonesia), pero los hay más amenazantes y uno de ellos es el conocido como Campos Flégreos, cerca de Nápoles (Italia).
Este es uno de los más peligrosos del mundo ya que se trata de «un supervolcán, que describe a los que han emitido 1.000 kilómetros cúbicos de material en algún momento de su historia» y no sólo «cuenta con 24 bocas de cráteres», sino que además «está ubicado junto a una población de 3 millones de personas».
El profesor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y coordinador del Grupo de Vulcanología de Barcelona, Joan Martí, también señaló a EFE otro volcán italiano, el Vesubio, que en su día ya destruyó la ciudad romana de Pompeya, como uno de los más peligrosos del mundo y añade a la lista el Popocatépetl en México, que erupcionó por última vez a finales de mayor de este mismo año.
Todo ello sin olvidar los siete volcanes en erupción en la zona de Indonesia como el Karangetang o el Dukono, mientras que el llamado Anillo de Fuego de Filipinas cuenta con otros cinco cráteres «con explosiones prácticamente diarias».
Durante las erupciones, «siempre emiten gases como el dióxido de carbono y el de azufre» y en ocasiones pueden lanzarlos a las capas altas de la atmósfera, a veinte o treinta kilómetros de altura, con afectaciones a nivel mundial como en los casos del Krakatoa o el Tambora», afirmó Martín, quien recordó que «el Pinatubo de Filipinas saturó todos los medidores de CO2 que había en ese momento».
El CO2 «desplaza el oxígeno e impide respirar» y un ejemplo es la isla canaria de La Palma donde, tras casi dos años de la erupción del Tajogaite, «el volcán está en estado de calma pero queda una actividad residual, altas temperaturas y emisión de gases que impiden el regreso de los vecinos» a localidades como Puerto Naos o La Bombilla.
Especialmente tóxico resulta el azufre, que también emiten y que puede causar «contaminación de aguas, de los pastos y la comida de los animales» y, «si llega a combinarse con el agua, genera ácido sulfúrico».
De hecho, Regueiro puntualizó que el efecto atmosférico de un volcán «permanece en el tiempo por la inmensa cantidad de material que pone en suspensión» más allá de otros efectos puntuales como los meteotsunamis provocados en enero de 2022 por el volcán submarino Hunga Tonga en la zona del Pacífico sur.
A pesar del «impacto enorme» de los gases emitidos por los volcanes, se trata de «momentos puntuales» frente a las emisiones humanas «que hacemos de manera permanente.
En el caso de España, Regueiro apuntó que «no se prevé ninguna erupción a corto plazo» aunque, tras el ejemplo de lo ocurrido en La Palma, «las personas que viven en islas volcánicas asumen el riesgo de que esto pueda ocurrir» en algún momento y cita el ejemplo de los apenas 400 habitantes permanentes de la isla italiana de Estrómboli, en el mar Tirreno, que conviven con un volcán en constante erupción.