Harpagornis, el mayor águila que ha existido

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Harpagornis, el águila extinta de Haast (Hieraaetus moorei), fue la mayor ave de presa que haya surcado los cielos. Su masa corporal promedio se ha calculado en 12,3 kg para los machos y 17,8 kg para las hembras. Es decir, pesaba 3,5 veces más que un águila real (Aquila chrysaetos).

La distancia entre los extremos de sus alas (envergadura alar) podía alcanzar los tres metros y disponía de garras enormes, como las de un tigre, capaces de perforar los huesos de sus presas. Tales dimensiones empequeñecen al mayor águila viva, la arpía (Harpia harpyja) de las selvas neotropicales, que no supera los 7,5 kilos.

Inicialmente se pensó que un ave de presa tan formidable debió evolucionar en la isla Sur de Nueva Zelanda a partir del águila audaz australiana (Aquila audax). Pero el análisis de las secuencias de dos genes (citocromo C y ND2) en el ADN recuperado de restos subfósiles señaló al aguililla australiana (Hieraaetus morphnoides), cuya masa oscila entre 0,6 y 1,3 kg, como su pariente vivo más cercano.

Eso implica que el harpagornis multiplicó por 15 veces su tamaño corporal al adaptarse a los nuevos ambientes de la isla. ¿A qué pudo deberse tal crecimiento?

Nueva Zelanda, repleta de aves

Con excepción de tres especies de murciélagos, los mamíferos no colonizaron Nueva Zelanda, lo que propició la diversificación de su avifauna. En ella destaca un grupo endémico, los moas (Dinornithiformes), con diez especies no voladoras que pesaban entre 20 y 250 kg. Los moas ocupaban los nichos ecológicos explotados por los mamíferos herbívoros en el continente.

Por ello, cuando el ancestro del águila gigante llegó a Nueva Zelanda, hace algo más de un millón de años, no encontró carnívoros terrestres como competidores. Esto permitió que aumentase rápidamente de tamaño, convirtiéndose en el superdepredador de los ecosistemas. Tan rápido fue el crecimiento que el cerebro se quedó atrás: un estudio comparativo mediante tomografía axial computerizada (TAC) del cráneo mostró que su encéfalo, con un volumen de 19,9-20,5 ml, era la mitad del esperado en una rapaz de su porte.

¿Cómo volaba el harpagornis?

La reconstrucción de sus alas muestra que eran comparativamente cortas y anchas, y que tenía una cola larga en relación a otras águilas. Esto podría sugerir que cazaba maniobrando en ambientes frondosos, como la arpía, donde la visión es muy importante.

Sin embargo, el TAC reveló que el volumen de las cuencas oculares, el diámetro de los nervios ópticos y el tamaño del lóbulo de la visión en el cerebro eran también un 50 % menores que los esperables. Por lo tanto, se desenvolvía en ambientes despejados de árboles. Lo confirma su canal neural, que tenía dimensiones reducidas a nivel cervical y torácico, como es propio de las águilas que vuelan planeando en espacios abiertos.

Las leyendas transmitidas oralmente por los maoríes sobre el águila, a la que llamaban pouakai, corroboran esta interpretación. Al parecer, solo la veían cuando volaba, al morar en la cima de las montañas y cazar en las llanuras, según refirió en 1872 un maorí al geólogo Sir James Hector.

Las pinturas que dejaron en el interior de las cuevas atestiguan que la respetaban y temían por su poder, considerándola capaz de raptar a un ser humano.

¿Era una rapaz tipo águila o buitre?

El cráneo del pouakai presenta un rasgo intrigante: la apertura de sus fosas nasales aparece recubierta parcialmente por tejido óseo. Esto es propio de los buitres que introducen la cabeza en los cadáveres grandes para engullir las vísceras internas, pues evita que entre material extraño por las vías respiratorias. Las águilas, en cambio, no precisan tal adaptación por consumir presas menores que ellas mismas, cuya carne desgarran.

Este detalle llevó a algunos autores a sugerir que se trataba de un ave carroñera, que se alimentaba de los moas muertos por otras causas. No obstante, los buitres tienen el sentido de la vista más desarrollado que las águilas, pues detectan los cadáveres desde grandes alturas.

No era el caso del pouakai, como hemos visto. Tampoco en cuanto al olfato: el TAC mostró que sus nervios y bulbo olfativos tenían proporciones más reducidas que en los buitres, como pasa en las águilas. Igualmente, los nervios de las extremidades inferiores estaban muy desarrollados, a diferencia de los buitres, y en la pelvis se encontraron áreas de inserción muy amplias para los músculos. Ello indica una gran capacidad de sujetar la presa con sus garras, como ocurre en las águilas.

La respuesta al dilema es que el pouakai cazaba como un águila y comía como un buitre, según señaló un estudio mediante análisis de elementos finitos y morfometría geométrica del neurocráneo, el pico y las garras. Comparándola con rapaces modernas comprobaron que, en líneas generales, el pico del pouakai era del tipo águila, mientras que su neurocráneo recuerda al del cóndor. Así, tenía una potencia de mordedura muy alta, como en las águilas, y su capacidad de despiezar y arrancar porciones de los cadáveres era igualmente elevada, como en los buitres.

Todo apunta a que el pouakai podría abatir presas de grandes dimensiones en relación a su propio tamaño, como los moas, alimentándose luego de sus músculos y vísceras, como hacen los buitres engullidores. De hecho, en el abrigo rocoso conocido como la Cueva del Águila en Craigmore hay una pintura del ave. Se la representó con el cuerpo oscuro y la cabeza sin color. Ello sugiere que estaba desnuda de plumas, rasgo que compartiría con los buitres que introducen su cabeza en los cadáveres.

El destino del pouakai

Los maoríes llegaron a Nueva Zelanda en el año 1280 de nuestra era, aproximadamente, lo que supuso un golpe mortal para sus ecosistemas. Por el año 1400 habían exterminado a la totalidad de los moas, cuya renovación poblacional era muy lenta, al alcanzar las hembras tardíamente su madurez sexual. Al desaparecer las presas de las que se alimentaba, el destino del pouakai fue la extinción. Aunque quizás algunos individuos pudieron sobrevivir en los ambientes subalpinos de la isla Sur hasta el siglo XIX.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

 


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