Miles de millones de años de evolución han logrado desplegar una sorprendente cantidad de estrategias para la supervivencia. Algunas especies han desarrollado velocidad, otras olfato, algunas vuelan, otras nadan, otras saltan y otras saben esconderse hasta hacerse casi invisibles, algunos animales se aprovechan de su tamaño, otros de su inteligencia, e incluso existen especies que han aprendido a imitar las estrategias de otras especies en su propio beneficio. El mimetismo es uno de los fenómenos más fascinantes de la naturaleza, su aplicación refleja relaciones complejas, variaciones sutiles y eficazmente afinadas que consiguen que una especie logre asemejarse a otro organismo diferente o confundirse con su propio entorno para obtener alguna ventaja funcional.
Aunque también se dan entre depredadores, la mayor parte de los casos de mimetismo se da entre presas que han evolucionado para desalentar o confundir al atacante. En estos supuestos, el imitador exhibe una convergencia fenotípica hacia un organismo modelo que no es comestible, que es dañino o peligroso, y de esta manera el depredador se abstendrá de atacar o ingerir al imitador. Este tipo específico de mimetismo se conoce como “Mimetismo Batesiano” en honor al naturalista y explorador británico Henry Walter Bates que, en el siglo XIX, estudió con asombro a ciertas mariposas del Amazonas y descubrió que algunas especies inofensivas se asemejaban a otras más peligrosas o repugnantes, consiguiendo así eludir a sus depredadores.
Tradicionalmente el mimetismo más observado (y también el más estudiado) es el mimetismo visual, es decir cuando una especie se asemeja visualmente a otra, pero ahora una nueva investigación ha descubierto el primer caso de mimetismo acústico entre un mamífero y un insecto, una habilidad adquirida que podría salvar el pellejo de ciertos murciélagos.
La idea surgió cuando Danilo Russo, profesor de ecología de la Universidad de Nápoles, estaba preparando su doctorado con una especie de murciélagos conocido como orejudo grande o ratonero grande (Myotis myotis). Danilo se percató que, cuando sacaba a estos murciélagos de su jaula, cuando los manipulaba o se acercaba, los animales emitían un sonido similar al de las avispas o los avispones. En ese momento fue cuando se preguntó si aquel zumbido era un grito involuntario de miedo, un aviso o una advertencia a sus compañeros o, tal vez, podría tratarse de un intento astuto de engañar a cualquier posible amenaza para que retrocediera si no quería acabar con la cara llena de picaduras.
La idea era sugerente y, de resultar cierta, sería el primer caso de mimetismo acústico entre mamíferos e insectos… pero también era una idea difícil de probar. Su primer paso fue comprobar si los dos sonidos eran realmente parecidos así que grabaron cuatro especies de himenópteros que pican en sus hábitats naturales y los compararon con las grabaciones de zumbidos realizados por los murciélagos orejudos grandes. “Resultó que los sonidos eran bastante similares”, explica Danilo Russo en el Podcast 60 segundos de Scientific American.
El asunto se hizo aún más interesante cuando los investigadores filtraron el audio para incluir solo las frecuencias que pueden escuchar los búhos, el principal depredador de estos murciélagos. Su siguiente paso fue trasladarse a un centro de rescate de aves donde Russo y sus colegas expusieron a 16 búhos y lechuzas grabaciones del zumbido de abejas o avispas y del zumbido emitido por los murciélagos, registrando además las reacciones de las aves. “En todos los casos, tanto en las abejas como en la del zumbido del murciélago, las aves se alejaron de la fuente del sonido.
Por supuesto, podría suceder que a los búhos simplemente no les gustase el ruido, así que el tercer paso que realizaron los investigadores fue exponer a los búhos a sonidos de murciélagos que no zumbaban… descubriendo en este caso que la reacción del búho fue acercarse a inspeccionar el origen de los sonidos, seguramente porque entendió que allí había una presa potencialmente sabrosa.
El estudio se ha publicado en Current Biology y ha costado casi dos décadas de trabajo y experimentos hasta demostrar que el zumbido que emiten los murciélagos orejudos realmente sirve para ahuyentar a sus depredadores. La cuestión ahora es si esta clase de mimetismo acústico podría ser mucho más frecuente de lo que pensábamos…