El caso de una escuela ‘radioactiva’ nos recuerda que el desecho nuclear es eterno, activo y peligroso

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Los desechos nucleares pueden durar de 30 a 100.000 años. Durante ese lapso están activos y por eso deben ser enterrados, enfriados y asegurados bajo un equivalente a mil candados, pero esto no siempre es así. ¿Constituye esto un problema? La respuesta es sí.

Por ejemplo, en Estados Unidos se acaba de confirmar que una escuela primaria de St. Louis está afectada por niveles importantes de contaminación radiactiva y que esto se debe a que el centro educativo está ubicado cerca de donde se fabricaron armas nucleares durante la Segunda Guerra Mundial.

Los desechos radioactivos fueron lanzados en lugares cercanos al Río Missouri y al aeropuerto internacional de Lambert.

El reporte de la Boston Chemical Data Corp. observó la presencia, en la escuela primaria Jana, de niveles “muy superiores” a los que esperaba de isótopo radiactivo plomo-210, polonio, radio y otras toxinas que son capaces de causar graves daños como defectos genéticos, cáncer e infertilidad, entre otros problemas.

El accidente nuclear de Chernobyl, ocurrido en 1986, dejó un escenario cargado de residuos que permanecerán por cientos de años (Foto:Getty)
El accidente nuclear de Chernobyl, ocurrido en 1986, dejó un escenario cargado de residuos que permanecerán por cientos de años (Foto:Getty)

Para entender mejor este tema hay que aclarar que un residuo nuclear desaparecerá de la faz de la tierra dependiendo del nivel de actividad de ese deshecho y mientras pasa ese tiempo, que puede ser de más de 100 años, se deben mantener cuidados extremos que eviten fugas tóxicas que causen enfermedades y muertes.

Todavía el mundo recuerda con horror los accidentes nucleares de Chernobyl en abril de 1986 y el de Fukushima en marzo de 2011, por no hablar de las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en 1945.

Chernobyl, la ciudad ucraniana que albergaba a la planta nuclear, sigue siendo un escenario de edificios y parques fantasmas pues la fuerte radiación aún está presente y es un riesgo para los seres vivientes.

Un año después de Chernobyl, se produjo otro importante evento en Brasil, en la ciudad de Goiânia, donde unos humildes recolectores de basura desmontaron una máquina de radioterapia pensando que era un equipo cualquiera y extrajeron un cilindro que contenía 19 gramos de cesio-137, una sustancia altamente radiactiva.

El cilindro afectó a cientos de personas, 249 presentaron niveles importantes de material radioactivo y cuatro murieron.

El año pasado se reportó una fuga en la planta de energía nuclear de Taishan, en la provincia china de Guangdong. La situación de esta instalación de propiedad china y francesa no ha trascendido, pero sí despertó alarmas.

Pero, pese a las emergencias y sustos, la energía nuclear se ha usado de forma segura durante años en muchas partes del mundo para generar electricidad, para fines médicos como diagnóstico y tratamiento de enfermedades, así como también para hacer armas atómicas.

El problema es que todos estos usos dejan residuos, algunos de baja, otros de media y otros de alta actividad, que siguen siendo un dolor de cabeza para los encargados de producir esta energía, así como para los gobiernos, los científicos y los habitantes de los pueblos en los que se descargan estos deshechos.

Los defensores de la energía nuclear aseguran que es la más ecológica (Foto:Getty)
Los defensores de la energía nuclear aseguran que es la más ecológica (Foto:Getty)

En el mundo existen 437 reactores nucleares y otros 56 se están construyendo, de acuerdo con la Agencia Internacional de Energía Atómica, IAEA.

Los reactores, activos y en construcción, están ubicados en una treintena de países y cada uno de ellos debe dar reportes de qué es lo que hace con sus residuos atómicos debido a que su mal manejo puede causar severos daños al planeta, incluyendo la salud de los humanos y otras especies animales y vegetales.

Muchas personas se preguntarán por qué se sigue usando la energía atómica si se conocen estos incidentes y la falta de soluciones fiables o ecológicas para los residuos. La respuesta que dan sus defensores es que esta energía es “verde” y “sostenible” y en países como Francia es la proveedora de más de 70 % de su electricidad.

Mientras tanto, justo al lado de Francia, su vecina Alemania ha decidido abandonar la energía nuclear, desmantelar todas sus instalaciones y se espera que en 2023 sean apagadas las tres plantas que aún siguen operativas.

La entonces canciller alemana, Angela Merkel, decidió iniciar un apagón nuclear gradual tras la tragedia de la central japonesa de Fukushima en 2011 y aunque había planeado el cierre definitivo de las plantas para 2022, el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania llevó a Berlín a posponer, por un año más, este final.

Las autoridades alemanas aún están en el proceso de resolver qué hacer con la «papa caliente» de los residuos atómicos porque esta es una basura que no se puede oler, ver o percibir, pero es capaz de hacer que quienes se exponen a ella, desarrollen enfermedades, trastornos o simplemente mueran.

El proceso de resguardo del desecho nuclear pasa por varias etapas (Foto:Getty)
El proceso de resguardo del desecho nuclear pasa por varias etapas (Foto:Getty)

Lo que sigue es descifrar qué se debe hacer con estos residuos. Los de baja actividad pueden depositarse en almacenes superficiales y son los que se generan, por ejemplo, en los hospitales y también en el ciclo del combustible nuclear. Las dosis de radiactividad duran poco. Son desechos médicos como ropa, instrumentos, animales de laboratorio y otros materiales que tienen un lapso de semidesintegración menor a 30 años.

Los de actividad media pueden ser ubicados a poca profundidad porque tampoco se desintegran en un período mayor a los 30 años. Sin embargo, tienen tipos de radiactividad gamma o beta de niveles más altos. Estos desechos se ven en los materiales que quedan contaminados cuando se desmantela un reactor nuclear.

Los de alta actividad tienen un periodo de semidesintegración mayor a los 30 años y necesitan de un almacenamiento geológico profundo. Por lo general, son el resultado del procesamiento del combustible nuclear. Son unos residuos que deben ser refrigerados por un lapso no menor a los 40 años y después de este tiempo, pasarlos a tubos de vidrio para sufrir un proceso de vitrificación.

En Suecia, por ejemplo, se proyecta depositar los residuos bajo tierra, en rocas ubicadas a gran profundidad bajo un sistema llamado “disposición final geológica real” o GDF por sus siglas en inglés.

Este año el gobierno sueco aprobó construir esta GDF a unos 150 kilómetros de Estocolmo con una inversión de 1.800 millones de dólares, una iniciativa que quiere replicar el Reino Unido pese a la negativa de las comunidades y grupos ambientalistas.

Japón anunció el año pasado un plan para deshacerse de más de un millón de toneladas de agua contaminada de la destruida planta nuclear de Fukushima. La idea es vertirla en el mar después de tratarla y diluirla para que los niveles de radiación disminuyan al punto de estar por debajo de lo permitido para el agua potable.

La liberación de esta agua se iniciará el año que viene, según las proyecciones, y se prolongará por varias décadas pese al rechazo de ciudadanos, industria pesquera y los países vecinos China y Corea del Sur.

Estados Unidos es el que más reactores nucleares posee en el mundo, tiene 93, seguido por Francia con 56.

En la actualidad las plantas de Estados Unidos almacenan los residuos en las mismas instalaciones aunque se han dado a conocer planes para resguardar los desechos de todos los reactores en 400 hectáreas de desierto en el sudeste de Nuevo México durante unos 40 años, gestionados por la empresa especializada en el manejo de estos desperdicios, Holtec International.

Este proyecto, sin embargo, tiene fuertes opositores, empezando por la gobernadora del estado de Nuevo México, Michelle Lujan-Grisham, además de congresistas y otras autoridades de la región.

En América Latina son México, Argentina y Brasil los países que albergan unos siete reactores nucleares que empezaron a operar entre las décadas de los setenta y los ochenta.

En México, donde funcionan dos reactores, se almacenan los desechos atómicos en las mismas centrales nucleares en depósitos destinados para este fin, pasan por procesos de enfriamiento del combustible gastado y después son ubicados en plataformas de concreto.

En Argentina hay tres reactores nucleares y los residuos de actividad baja y media son aislados por lapsos de no más de 30 años mientras que los de actividad alta, los combustibles gastados, se encuentran en un aislamiento transitorio “hasta que se decida qué hacer con ellos”, de acuerdo con lo declarado a DW la decana del Instituto de Tecnología Nuclear Dan Beninson (IDB) de la Universidad Nacional de San Martín, Carla Notari.

Uno de los tres ganadores del Premio Nobel de Física 2018, Gerard Mourou, trabaja en el desarrollo de un láser para desechos nucleares que podría acortar la vida de estos residuos de miles de años a minutos.

No obstante, el proyecto, que desarrolla junto al profesor californiano Toshiki Tajima, pudiera tardar años en convertirse en realidad.

Es también de fecha reciente un estudio publicado en la revista científica Journal of the American Chemical Society en el que los investigadores de la Universidad Estatal de Pensilvania aseguran que una bacteria que suele crecer en el suelo y en las plantas es capaz de sintetizar importantes componentes de los residuos nucleares.

Estas soluciones científicas no son inmediatas pero al menos se vislumbran como salidas reales para los problemáticos y peligrosos residuos nucleares.


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