Entre Israel y Palestina, los cristianos locales rondan las 180 000 personas -contando los árabes cristianos con ciudadanía israelí-, poco más del 1 % de la población de ambos territorios, cuando en 1967 eran el 12 % o más del 25 % en 1948.
Fragmentadas por el muro de separación entre Israel y Cisjordania ocupada, hostigadas por grupos extremistas judíos y amenazadas por la continua emigración de sus miembros, las comunidades cristianas de Tierra Santa viven con miedo a extinguirse en una generación en el lugar donde nació su religión.
Tanto sus fieles -palestinos que viven sobre todo en Jerusalén o, justo al otro lado del muro, en el núcleo de Belén, Beit Yala y Beit Sahur-, como sacerdotes e incluso los jerarcas de las Iglesias, no ocultan su temor a que la cristiandad aquí quede reducida a los lugares sagrados como el Santo Sepulcro o la basílica de La Natividad, vacíos y sin vida, solo para disfrute de peregrinos y turistas.
«La Iglesia como institución permanecerá, el problema es la situación de las comunidades locales. ¿Qué haremos aquí sin fieles, solo recibiendo peregrinos?, se pregunta en conversación con EFE el Patriarca Latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, nombrado por el Papa y representante de los católicos.
Cifras menguantes
Las cifras hablan por sí solas. Entre Israel y Palestina, los cristianos locales rondan las 180.000 personas -contando los árabes cristianos con ciudadanía israelí-, poco más del 1 % de la población de ambos territorios, cuando en 1967 eran el 12 % o más del 25 % en 1948, antes de la creación del Estado de Israel.
El éxodo cristiano no es nuevo en la zona: comenzó en la época otomana, pero sus feligreses señalan la Segunda Intifada (2000-05), que derivó en la islamización de la sociedad palestina y en la construcción del muro, como el último detonante que disparó la emigración.
Como palestinos, los cristianos que viven en Tierra Santa sufren violencia -que este año vive cotas sin precedentes desde 2006-, alto desempleo y falta de oportunidades; pero el ser minoría los hace aún más vulnerables en un territorio de mayoría musulmana -al este del muro-, o judía, del otro lado.
«El tiempo nos corre en contra. Podemos desaparecer en una o dos generaciones de la tierra de Cristo. El 80 % de los jóvenes árabes cristianos quiere emigrar y nuestra natalidad es más baja», resume a EFE Samier Qumsieh, palestino cristiano de Beit Sahur y director de Mahd TV, el único canal cristiano de Cisjordania.
Su amigo Burhan Jarayseh, de 82 años, opina lo mismo y dice «estar en contra de la emigración» porque condena a la desaparición a los cristianos palestinos, «los nativos de Tierra Santa», aunque ni siquiera ha podido convencer a su prole de quedarse en Beit Sahur: la mayoría de sus hijos y nietos viven en EEUU y Alemania, en busca de una vida mejor.
El resto de su familia, hermanos y primos, viven en Nazaret -ciudad árabe de mayoría cristiana que quedó en Israel en 1948-, y hace años que no puede visitarlos en Navidad por las restricciones de movimiento que imponen los israelíes.
«Debemos incentivar la economía para que los jóvenes se queden, pero para eso necesitamos seguridad», afirma Hani Hayek, alcalde de Beit Sahur, ciudad palestina con mayor concentración cristiana, el 80 % de sus 15.000 habitantes, que vive fundamentalmente del turismo de peregrinos -allí se ubica la Iglesia del Campo de los Pastores, donde el ángel dio la noticia del nacimiento de Jesús- y de la fabricación de souvenirs religiosos con madera de olivo.
Presión de radicales judios
La precaria situación económica y de seguridad empuja al éxodo a cristianos del lado palestino, pero para los 10.000 que residen en Jerusalén se suma la presión de grupos radicales judíos, que buscan desplazar a esta minoría, especialmente de la Ciudad Vieja, para judaizar la zona y adueñarse de propiedades de las Iglesias.
Insultos al clero, agresiones físicas a seminaristas, lugares de culto vandalizados, interrupciones violentas de procesiones -recientemente para escupir a la Cruz Sagrada de los armenios- son algunos de los «crímenes de odio» cometidos por estos extremistas que han aumentado dramáticamente en el último año, la mayoría impunes.
A esto se suma los intentos de poderosas organizaciones colonas, como Ateret Cohanim o Elad, que recurren al chantaje legal y a adquisiciones legalmente cuestionables para apropiarse de más edificios en el corazón de Jerusalén, como el Hotel Imperial o el Hostal Petra, que pertenecen al Patriarcado Greco-Ortodoxo, el más importante e influyente de Tierra Santa.
«Ahora la policía apoya y protege a estos radicales. Todo el sistema está parcializado para favorecer la israelización de Jerusalén», lamenta el Patriarca Greco-Ortodoxo Teófilo III, quien opina que debe haber cabida para todos en la urbe y sigue dispuesto a cumplir con la misión de su Iglesia, «promover la coexistencia y el respeto mutuo».
«Quieren imponer la identidad judía en Jerusalén, una ciudad universal cuya identidad se basa en acoger a las tres principales religiones. Jerusalén sin cristianos nunca estará completa», añadió Pizzaballa.
Por ello, los trece jerarcas de las denominaciones cristianas en Jerusalén – greco-ortodoxa, católica, luterana, armenia, copta, siriaca, etíope, melkita o maronita, entre otras -, cuya relación en el pasado estuvo marcada por disputas y desavenencias, se han unido en la campaña internacional «Protegiendo a los cristianos de Tierra Santa», para denunciar este acoso, la impunidad y la connivencia de las autoridades israelíes.
«Ahora somos un frente unido. Estamos en el mismo barco», afirmó a EFE el padre Julio, de la minoría armenia, sobre la campaña.