Bolivia, un país adicto al plástico

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La boliviana es una sociedad plástica de ésas que todavía se ven por ahí. Plástica en el sentido más literal o, mejor dicho, es una sociedad adicta al plástico. O sea, adicta a materiales sintéticos que no se encuentran de forma natural y constituyen una grave amenaza para la salud y la naturaleza. Todo un contrasentido para el país donde, en 2010, una histórica conferencia mundial redactó los principios de defensa de la Madre Tierra.

Los hechos hablan por sí solos, prácticamente, en cualquier momento y lugar del territorio nacional. Basta acercarse, por ejemplo, al cruce entre el tercer anillo interno y la avenida Banzer en la ciudad de Santa Cruz. En un conocido supermercado, al frente se halla su competidor que realiza prácticas similares, cualquier venta resulta generosamente aderezada con bolsas de plástico. Tres, seis, 10 y hasta más bolsas de este material contaminante son amablemente cargadas de acuerdo al tipo de mercadería vendido.

Es mercadería que, en no pocos casos, ya fue previamente embolsada o envasada, como el pan, las verduras, las frutas y los lácteos. Casi nadie lleva sus propias bolsas, casi nadie modera la cantidad de bolsas que se le entregan. Apenas alguno comenta sobre el exceso casi como bromeando. Hasta pareciera que, a más bolsas recibidas, no pocos clientes se sienten más importantes, más plásticos que nunca.

Pero la plastifilia boliviana no termina ahí. Este supermercado cuenta con servicios periféricos que funcionan autónomamente. Una cafetería, un quiosco de jugos naturales y un puesto de choripanes atienden clientes de manera sostenida. Bolsas para los sándwiches, bolsitas minúsculas para los condimentos, vasos de plástico con bombillas de plástico o, si se prefiere, botellas… de plástico. Los vendedores, hacen gala de higiene usando guantes plásticos y, claro, barbijos desechables de material plástico. Y cuando hay promoción el premio es una gaseosa en botella pet.

Plasticadenas

Son vecinas de los supermercados del tercer anillo agencias de varias conocidas cadenas pizzas, cafés y comida rápida, algunas célebremente internacionales. Para los pedidos a domicilio varias de estas cadenas disponen de los cómodos envases hechos de “plastofor”, también muy populares en el mundo plástico. Algunas combinan ciertos envases de cartón, con su afamada marca y logo, para esos clientes atraídos a su plástica fama. Pero, pese a ese matiz, no hay producto que no sume elementos de plástico, por lo menos cucharillas, tapas, cubiertos y sachet embolsados.

Y para bolsillos menos favorecidos, en las paradas de buses del tercer anillo, se hallan las caseritas que venden jugos, empanadas, gelatinas… Todas tienen a mano las clásicas cubiertas o recipientes de plástico. Es más, se han inventado ingeniosas combinaciones, adaptaciones o reutilizaciones como refrescos que se embolsan y a los que se les adapta, amarrada a la apertura, una bombilla plástica. También hoy se puede comer trozos de sandía, piña o alguna fruta jugosa evitando mancharse las manos con una bolsita plástica, incluida en el precio. Obviamente hay cientos, si no miles, de esquinas plásticas como esta en el país.

Valga añadir que en las esquinas plásticas se consume mucho menos plástico que, por ejemplo, en los mercados populares. Eso sin contar varios otros rubros que a nivel internacional ya fueron puestos en tela de juicio. Allí suman desde diversos tipos de juguetes, ropa y útiles escolares hasta materiales de construcción, especialmente tuberías PVC y revestimientos de diversa condición. Más todavía, tiene evaluaciones negativas y alertas, el pasto sintético tan utilizado en ambientes recreativos y en el reciente boom de las canchitas de fútbol.

Miles de toneladas

Así las cifras relacionadas a la generalizada plastificación boliviana han servido recurrentemente para buscar que suenen las alarmas. Un estudio presentado en octubre de 2021 y realizado por la consultora Servicios Ambientales S.A, señalaba que en nuestro país se desechan 142.699 toneladas de plástico al año. El dato es parte del informe Producción, uso y disposición final de los plásticos de un solo uso en Bolivia, realizado para el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Esa cantidad de desechos se correlacionan nada menos que con las 285.000 toneladas de plásticos importados a un costo aproximado de 560 millones de dólares.

Por si no bastasen esas cifras, valga citar sólo el caso del artículo más consumido y desechado. “Un estudio realizado hace cuatro años señalaba que en Bolivia se consumía 4.000 millones de bolsas plásticas anualmente —dice el periodista ambiental Carlos Lara—. Pero sabemos y seguramente todos vemos que durante y luego de la pandemia ese consumo ha crecido mucho más”. Lara preside la Unión de Periodistas Ambientales de Bolivia (UPAB) lidera una campaña por la reducción y el reemplazo de bolsas plásticas en el país. Es más, desde 2018 impulsa un proyecto de ley con esos fines.

“El objetivo era reducir el uso de bolsas plásticas en un plazo de 10 años y promover su reemplazo por material biodegradable —explica Lara—. También se buscaba trasladar la competencia a los Gobiernos municipales para que vayan tomando diversas medidas a nivel local. Y ese plazo también preveía el no afectar a las empresas que trabajan con este material y prever su adaptación”.

Leyes en ciernes

Los dos cambios de gobierno y la elección de una nueva Asamblea Legislativa que hubo entre 2019 y 2020 conspiraron contra aquella iniciativa. No sólo eso, sino que en aquel tiempo se aprobó otra norma, la Ley 755 de Gestión Integral de Residuos. Lo que motivaba una revisión y observaciones a la norma propuesta.

“Aquella ley quedó desfasada, ya que la 755 estableció otras reglas de juego —explica la senadora Cecilia Requena—. Quedaron pendientes aspectos que deben replantearse, que abrirán varios debates. Al mismo tiempo, pese a la ley 755, municipios y gobernaciones no están pudiendo resolver el problema de las bolsas plásticas de uso único. Todo ello motiva la apertura de un debate normativo”.

Al final, activistas, asambleístas y leyes aún no logran plasmar, por lo menos, el freno paliativo a las bolsas plásticas de un solo uso. Mientras tanto, el aluvión de plástico, tanto visible como invisible, continúa afectando a los bolivianos. De hecho, según la WWF, del total de plásticos desechado, alrededor del 5 por ciento termina en botaderos a cielo abierto o cuerpos de agua. Esto implica la contaminación de la naturaleza y la afectación a los ecosistemas. Las bolsas plásticas, los envases de plastofor y botellas plásticas son los materiales más desechados.

Microplásticos en todo

“Nuestro retraso en este tema crece día a día —dice el investigador de la organización Ecohumanismo Jaime Escalera—. Ya hay como 100 países en el mundo que limitan marcadamente o prohíben el uso de las bolsas plásticas. La gran mayoría ejerce fuertes medidas para el reciclado. No sólo se considera el tema del medioambiente y riesgos añadidos, sino además hay mucha investigación sobre los efectos directos en la salud humana. Hay una serie de descubrimientos sobre la peligrosa asimilación de microplásticos, las alergias y daños mucho mayores, y eso genera más medidas”.

Ésta es una sociedad plástica de esas que hay por ahí. Llueve plástico, se respira plástico, se come y se bebe plástico. Una investigación de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible (SDSN) en Bolivia publicada en 2021, titulada “Una lluvia de plástico… literal”, describe el primer fenómeno. Alerta sobre las “inimaginables” cantidades de micro o nanoplásticos que caen sobre diversas regiones del planeta.

Los microplásticos son piezas muy pequeñas provenientes de desechos, miden menos de 5 milímetros de longitud. Mientras que los nanoplásticos tienen un tamaño entre uno y 100 nanómetros, lo que los hace capaces de atravesar las membranas biológicas y afectar el funcionamiento de las células. Ambos se originan a medida que estos desechos plásticos se degradan lentamente rompiéndose en pedazos cada vez más pequeños. Según diversos investigadores, casi cualquier cosa que esté hecha de plástico podría estar arrojando partículas a la atmósfera.

Envenenados

“Por eso no resulta extraño que se revele cada vez más hallazgos de estos materiales en alimentos y organismos animales vivos —añade Escalera—. El problema mayor constituye las consecuencias para las personas. En gran parte de Europa, EEUU y Canadá, por ejemplo, se han lanzado prohibiciones contra productos de los que deriven, por ejemplo, el bisfenol A (BPA) y los ftalatos. Estos microplásticos, cuando se acumulan tóxicamente por un consumo continuo, son disruptores endocrinos. Acá en Bolivia los podemos hallar en las botellas de gaseosas, de agua, en los cubiertos y hasta en mamaderas y juguetes para bebés”.

Según un artículo del investigador Ethel Eljarrat, escrito para The Conversation, “tanto el BPA como los ftalatos, al ser disruptores endocrinos, alteran nuestras funciones hormonales. Existen evidencias científicas de que el BPA puede afectar al desarrollo neurológico en los niños, reducir la fertilidad, y desencadenar diabetes y obesidad. También se asocia con el cáncer de próstata”.

Las alertas suenan también en el caso de la ropa fabricada con material reciclado y las canchas de césped sintético. En años recientes se abrieron debates en EEUU y Holanda sobre diversos compuestos tóxicos que se añadieron a las segundas para hacerlas más resistentes y mullidas. Mientras que en el caso de la indumentaria vuelve el fantasma de los micro y nano plásticos.

Este 3 de julio se recuerda el Día Mundial Contra el Uso de Bolsas Plásticas. Quién sabe si en los siguientes meses las autoridades logren hacer algo para frenar eso y más. Quizás quede claro a fin de año. Ha sido notorio cómo en las últimas, el plástico relevó a los célebres y artesanales canastones de otrora. En los casos afectados por la crisis, bolsas plásticas; en aquellos que no tanto, bateones o bañadores plásticos, de esos que se ven por ahí.


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