Beni se ahoga: El agua cubre las pampas y arrincona la ganadería; un drama que golpea a la población

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Las lluvias transformaron pampas en lagunas y caminos en ríos. En Pojije, San Ignacio y otras regiones, los ganaderos huyen con sus reses a zonas más altas

“Allá está lleningo de agua”, así describe Renán Suárez la situación de su hacienda ubicada en Pojije. Las lluvias desbordaron el cauce de los diferentes ríos del Beni, lo que ha obligado a los ganaderos, como Suárez, a evacuar sus animales hacia zonas más altas. Para esta operación barcazas que se desplazan por el rio Mamoré hasta Puerto Almacén, en Trinidad. Todo este operativo dúplica sus costos.

El traslado es una odisea. Los bajíos y pampas donde antes pastaban las reses se han convertido en extensas lagunas, lo que hace que la evacuación de los animales sea costosa. De hecho, Suárez financia el traslado de su ganado con la venta de un lote de 37 cabezas que remató en Trinidad.

“Este ganado es mío”, dice, señalando las reses que viajan con él. “Es para venderlo y sacar el otro ganado mío”, agrega.

Pero no son las únicas: ya ha movido unas 200 cabezas y calcula que aún le quedan por sacar unas 800, junto a sus caballos y yeguas.

El trayecto no ha sido fácil. Viajaron toda una noche por el río para llegar a una zona más alta. “El ganado se está enflaqueciendo”, lamenta. “Allá hay harta agua. Hartísima. No es poquito”.

La situación, dice, es la misma en todas las estancias del sector. “Todo está inundado ahorita”.

Mientras habla, Suárez revela otra realidad aún más dolorosa: las pérdidas. “Se me han muerto 60”, confiesa. “Y esos ya no sirven ni para carnear”. Estima que en su zona ya han muerto al menos 200 reses, aunque algunas áreas, como Colombia —una estancia vecina—, no han podido rescatar casi nada.

Traslado de ganado
Los vaqueros llevan a la reses a zonas más seguras

El agua no solo mata, también paraliza. La falta de transporte se convierte en otro enemigo. Las chatas —balsas planas diseñadas para el traslado de animales— son escasas. Las que hay pertenecen a otros ganaderos que tiene un poco más de capital.

Una situación similar se vive en San Ignacio de Moxos. Allí el campo huele a humedad. Las lluvias, que llegaron como un golpe seco desbordando los ríos Secure, Apere y Tijamuchi, sumergiendo hectáreas enteras y dejando a más de 150 productores ganaderos con el agua al cuello.

“Estamos con mucha agua”, dice Arial Arias, presidente de la Asociación de Ganaderos del municipio, luego agrega que “el río ha rebatido, y nos ha agarrado desprevenidos. Pensamos que este año no iba a llover como el pasado. Pero llegó de golpe, y ya estamos en emergencia”.

Ganado en zonas altas
Las zonas altas son las más requeridas en Beni 

 

El hato ganadero de la provincia Moxos asciende a 360.000 cabezas, y en todo el departamento, la cifra se dispara a unos 3,7 millones, lo que convierte al Beni en un actor importante de la ganadería del país. 

No obstante, el cambio climático —ese enemigo silencioso— ha jugado su carta más impredecible: primero, la sequía y los incendios; ahora, la inundación. Después vendrán los vientos del sur, el último golpe para los animales ya debilitados.

“Ya estamos viendo la mortandad”, advierte Arias. “Primero se mueren los más vulnerables: las vacas viejas y las ‘huachitas’, los recién nacidos. No aguantan ni el agua ni el frío que viene”.

Larga espera

La tragedia es lenta. A medida que las aguas bajen, lo que quedará será un paisaje de barro y pasto inutilizable. Lo peor es que los productores tendrán que esperar entre cuatro y cinco meses para que el pasto vuelva a servir. Mientras tanto, mudan el ganado a tierras más altas. “Pero eso encarece todo”.

El costo de producción se duplica. Donde antes un productor invertía Bs 1.000 por animal, ahora el gasto supera los Bs 2.000, sin contar los insumos: vitaminas, minerales, medicamentos para salvar lo que se pueda.

“Una hectárea de pasto cultivado apenas da para dos animales. Hay que alquilar, mover, pagar. Cada animal puede perder hasta 100 kilos de peso vivo, y eso se traduce en 50 kilos menos al faenarlo. Una pérdida brutal”, señaló.

Miguel Arias es uno de los 150 ganaderos afectados por las lluvias. Su predio la Laguna se encuentra a escasos metros del rio Aperé, que de un día para otro se desbordó atrapando a parte de su ganado que pastaba en una pampa cerca de esta afluente.

“El Apere lo tengo en ese monte que se ve… y de la noche a la mañana botó y llenó todo de agua”, cuenta señalando una línea de árboles que apenas sobresalen sobre un mar de agua color marrón.

La última vez que vio algo similar fue en 2014. Al igual que otros productores, Arias, decidió trasladar su ganado a un pampa más elevada cerca de la carretera.

Pero las zonas altas no dan abasto. Y si el agua sube más, el ganado no tendrá dónde pastar. El alimento escasea, y comprar forraje no es opción: “Acá no llega. Eso es lo triste. Tiene que traer del de Santa Cruz… cuando se puede. Ahorita con el tema del combustible, camiones no aparecen”, agrega.

El ganado de Miguel pastorea en 900 hectáreas sembradas de pasto que ahora están bajo agua. Si el nivel baja, aún deben esperar unos dos meses para que vuelva a brotar, si no se ha podrido.

Por eso la carretera se ha convertido en potrero improvisado, con reses de todos los vecinos pastando donde puedan.

La presión de la situación los obligó a tomar decisiones drásticas: “Hemos sacado unas 700 cabezas. Para carnear. Así a lo rápido”, dijo el productor.

El precio de la carne, paradójicamente, se mantiene: 28 bolivianos en La Paz, 33 en la zona. Pero el ganadero pierde igual: los animales evacuados bajan de peso, el pasto escasea, el tiempo juega en contra. “Cinco pesos por kilo es harto”, dice, haciendo cuentas que no cierran.

Mientras tanto, en algún punto de la sabana anegada, entre cercas sumergidas y vacas desplazadas, Oscar Ortiz Suárez camina con las botas llenas de lodo y ropa empapada. Su lechería, que durante años fue fuente de sustento y orgullo, hoy yace bajo un manto de agua turbia y estancada. Ya va para un mes, y el nivel no baja. No corre, no cede. Solo está ahí.

“Llevamos ya va a ser un mes con el agua”, dice mientras señala los potreros y los corrales donde ya no se puede ordeñar. “Está completamente todo cubierto de agua”, dijo el productor.

El desastre no es solo suyo. Detrás de su finca, un barrio entero sufre lo mismo. Hay más productores y más familias afectadas.

Viviendas bajo el agua en Beni/Foto: Juan Carlos Torrejón

 

La solidaridad es entre ellos, porque del otro lado, donde deberían estar las instituciones, no hay nadie. “Nosotros del gobierno hace años no recibimos nada. Trabajamos con nuestros propios recursos, movemos a nuestra gente”, denuncia.

Oscar tiene entre 218 y 300 cabezas de ganado lechero. “Y ahora tenemos que sacarlos a las partes altas, pero igual, ¿dónde ordeñamos? ¿Dónde sacamos la leche, el queso?”, se pregunta

Afectación

Las intensas lluvias y el desborde de ríos han puesto al municipio de San Ignacio de Mojos en estado de emergencia. El alcalde Juan Carlos Abularach, dijo que más de 900 familias han sido afectadas por las inundaciones, que golpean a los cinco distritos municipales y al centro urbano de la capital.

“El municipio ha colapsado”, afirmó el alcalde.

Según relató, desde noviembre de 2024 se iniciaron gestiones con la Administradora Boliviana de Carreteras (ABC) para la limpieza de canales de desagüe. Sin embargo, las limitaciones logísticas impidieron que los trabajos se ejecutaran a tiempo, lo que agravó los efectos de las lluvias una vez iniciado el período de precipitaciones.

A pesar de que en diciembre y enero el gobierno municipal realizó la limpieza de canales en el casco urbano y sus distritos alejados, el esfuerzo no fue suficiente frente a la magnitud del fenómeno climático. 

“Cuando se intensificaron las lluvias y comenzaron a bajar las aguas de las partes altas del país, ya no se pudo contener más”, explicó Abularach.

El municipio de San Ignacio, ubicado en la provincia Moxos, al sur del departamento del Beni, se convierte en una especie de “recipiente natural” que recoge las aguas antes de su distribución hacia el centro y norte del departamento, lo que incrementa su vulnerabilidad.

El distrito más afectado es Tipnis, donde más de 650 familias han sido damnificadas. Le siguen San Lorenzo, San Francisco y el propio centro urbano. Unas 50 familias han sido alojadas en un albergue temporal en la capital del municipio, con acceso a servicios básicos y alimentación.

La semana pasada, el municipio logró consolidar los informes técnicos de los distritos y con ello declarar oficialmente el estado de desastre, lo que permitió solicitar apoyo al Gobierno Departamental y Nacional.

Recién pudimos declarar la emergencia porque necesitábamos contar con informes especializados y certeros de cada distrito”, detalló el alcalde.

En el Beni, el agua ha dejado de ser vida para convertirse en amenaza. Las lluvias han borrado los caminos de esta región, también ha convertido las pampas en lagunas y sumido al ganado en una lenta agonía.


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