El líquido elemento no solo nos da la vida, sino que nos la facilita, incluso a la hora de comer
Con sus más o sus menos, siempre se puesto sobre la mesa de necesidad de beber agua a diario, al menos un par de litros, aunque hay ciertas trampas al solitario que nos podemos hacer. Otros líquidos como cafés, infusiones, tés, caldos o zumos podrían venir a nuestra ayuda para mantenernos hidratarnos.
Una necesidad especialmente relevante en verano, época del año donde se multiplica la sudoración, que invita a que no esperemos a tener sed para beber. También sucede en invierno, evidentemente, donde a veces la ingesta de agua pasa a un segundo plano, pero hoy abrimos la veda a un dilema que a veces parece controvertido: beber agua durante las comidas.
Ciertas teorías, relativamente conspiranoicas, consideran que al beber agua estamos ralentizando una buena digestión de nuestras comidas porque diluimos los jugos gástricos en un mar de líquido, haciendo que pierdan efectividad. También, otra teoría bastante extendida, pretende hacer ver que consumir agua mientras comemos lo único que hará será saciarnos e hincharnos, convirtiendo las digestiones en más largas y pesadas.
Esto es una verdad a medias, pues es cierto que el agua tiene un efecto saciante —aunque no se siente en el primer instante, sino que suele tardar unos 20 minutos en ofrecer esa sensación— y también es bastante evidente que dependerá de cuánta agua bebamos. En circunstancias normales nadie se bebe un litro de agua durante las comidas, sino que consumirá una moderada cantidad de uno o dos vasos, así que no vamos a empacharnos por beber agua.
Beber agua en la comida: ¿ventaja o desventaja?
Funciones tan elementales como la masticación, la deglución o la digestión son la clave de nuestra nutrición. No vamos a recordarte que es conveniente masticar los alimentos a conciencia para que luego sean más fácilmente digeribles, ni tampoco que es fundamental comer con la boca cerrada —al menos en términos educacionales—, pero sí recordarte que necesitamos que nuestros dientes trituren los alimentos y que la saliva también nos eche una mano, pues ayuda a romper las cadenas de almidones que están presentes en los alimentos.
Tras la puerta que supone la boca, nuestros alimentos se convierten en el bolo alimenticio, pasando por el estómago y añadiéndose enzimas que ayudan a su digestión, incluido el ácido clorhídrico, que lo convierte en digerible. Esta mención al ácido clorhídrico no es casual, pues también hay bastantes teorías magufas que apuntan a los perjuicios que causan las bebidas carbonatadas al estómago, haciendo experimentos con un trozo de carne introducida en un vaso de refresco de cola. Si vieran lo que hace en cuestión de minutos nuestro estómago con esa carne gracias a sus ácidos se les quitarían las ganas de inventar.
Pues porque el agua nos va a echar una mano en todas estas fases, siendo una ventaja competitiva para que nuestro estómago tenga más fácil la tarea de digerir los alimentos desde que los tenemos en la boca hasta que acaban pasando por el intestino. De hecho, a nuestro estómago le da absolutamente igual que estemos bebiendo agua, pues las enzimas que secreta se adhieren a los alimentos que llegan a él, ignorando el paso del agua.
Una virtud que, además, conviene explicar para los que creen que beber demasiada agua va a reducir la acidez de los jugos gástricos, ralentizando la digestión. En efecto, beber mucha agua va a disminuir el pH de estos jugos, pero nuestro estómago se da cuenta enseguida de lo que está sucediendo, así que secreta más ácidos para recuperar ese pH. Así que no hace falta temer al agua para beberla durante las comidas por pensar que los ácidos gástricos se resentirán.
Por último, no se deben olvidar las virtudes saciantes de beber agua en las comidas que explicamos antes, aunque debe ser tenido en cuenta con reservas. De hecho, es habitual que las personas con trastornos alimenticios consuman una gran cantidad de agua para ‘engañar’ al estómago y evitar así comer. En circunstancias normales, sin embargo, el hecho de beber agua nos ayudará a comer menos cantidad de alimentos pues se produce esa absorción del agua en el estómago.
La temperatura importa
¡Alto! Hemos dicho que beber agua durante las comidas es beneficioso y que también depende de si es un agua mineral podemos encontrar más ventajas, pero no hemos hablado de su temperatura y es fundamental. De hecho, beber agua demasiado fría durante las comidas puede suponer un inconveniente, pues nuestro estómago está centrado en la tarea de la digestión, momento en que la mayor parte del cuerpo se consagra en esta labor y le echa una mano, incluyendo un aumento de la circulación sanguínea al sistema digestivo, que se convierte en este momento en la niña bonita del cuerpo.
Si bebemos agua fría, tanto como para que pueda bajar nuestra temperatura corporal, obligamos a nuestro organismo a un pequeño esfuerzo extra para ‘templar’ esa agua que estamos ingiriendo y podríamos ralentizar (mínimamente, es cierto) el proceso digestivo. Razón por la que, si bebemos agua durante la comida, que sea a temperatura ambiente o ligeramente templada, como se hace en Japón, obteniendo así más ventajas del líquido elemento.