En casi dos años como trabajador en varias coopertivas en distintos tiempos, Jacinto dice que muchas cosas pasaron por estos lugares abandonados por las autoridades, donde la impunidad se resuelve con oro, en el mejor de los casos
“Me he bañado en unas cascadas de película, un paraíso, he visto fauna maravillosa que ni en libros he observado; a la semana que volví al lugar no había nada, solo encontré piedras y tierra, todo fue arrasado”, cuenta Jacinto, que fue trabajador de una cooperativa que explotaba oro a dos horas de Santa Rosa de Mapiri.
Dice que toda esa selva verde con arroyos, flora y animales silvestres, fue devorada por las palas mecánicas, retroexcavadoras y volquetas gigantes, que han ido deformando la geografía del lugar en busca de oro.
“Terminan de trabajar y todo lo dejan así, destrozado, ni lo reforestan ni nada”, remarca el extrabajador que ve cómo Mapiri viró de un paraíso terrenal a un paraíso de muerte, de prostitución, de consumo de bebidas alcohólicas y droga, de vulneración a los derechos de los trabajadores, donde el Estado está ausente.
En los casi dos años como trabajador en varias cooperativas en distintos tiempos, Jacinto dice que muchas cosas pasaron por estos lugares abandonados por las autoridades, donde la impunidad se resuelve con oro, en el mejor de los casos, y donde no existe ningún tipo de beneficio para quienes llegan como obreros a las tierras del mineral brilloso.
De acuerdo al artículo 34 de la Ley 535 de Minería y Metalurgia, “Las cooperativas mineras son instituciones sociales y económicas autogestionarias de interés social sin fines de lucro”. Jacinto dice que es una declaración falsa, alejada de la realidad, debido a que las cooperativas mineras, en las que trabajó, son grandes empresas que cuentan con hasta 80 volquetas y retroexcavadoras y con todo un sistema de producción mecanizado que está operado personal contratado.
“En realidad los socios son los jefes, los dueños, no trabajan en el sentido de que vayan a sacar tierra o algo, ellos simplemente se dedican a vigilar, y se turnan”, refiere.
Una de las cooperativas en la que trabajó contaba con 120 obreros para dos turnos de 12 horas. “La volqueta no puede estar parada, la inversión es fuerte, muchos alquilan la maquinaria y se endeudan, por eso el trabajo siempre es 24 horas”, dice.
La maquinaria se mueve por los miles de litros de diésel que almacenan las cooperativas en turriles gigantes conocidos como “Chavitos”. Estos turriles son llevados hasta las zonas alejadas donde operan las maquinarias. Un turril solo alcanza para una semana.
La Fundación Jubileo estimó que las cooperativas mineras auríferas se benefician con una subvención en los carburantes de aproximadamente 500 millones de dólares al año, de acuerdo a un cálculo que realizó, y planteó que este sector pague el precio internacional del combustible.
En La Paz hay al menos 1.000 cooperativas auríferas registradas. En la zona de Mapiri operan al menos 30 y por la cantidad muchas son numeradas. “Se hacen llamar la 15, 16, 16, 18, 19; son por números y están ubicadas hacia adentro, otras se llaman San José I, San José II”, cuenta Jacinto.
Refiere que en el caso de cooperativas dueñas de cuadrículas y sin recursos para inversión, por lo general contratan a empresas que las trabajen y a cambio reciben un porcentaje de la explotación.
Jacinto indica que por el lugar se ve a muchos extranjeros realizando las operaciones de explotación, principalmente chinos, y que siempre hay problemas que derivan en violencia. “Son contratados por los cooperativistas, y esos chinos tienen un sistema de extracción que no deja nada, sacan todas las chispas, su sistema de trabajo no permite entrar a otras personas, solo chinos”, dice.
Cuenta que en otra cooperativa con la que trabajó había problemas entre empresas por adjudicarse la explotación de oro, “ellos querían agarrar esa obra y ofertaban para una mejor producción; ocurrió incluso hasta atentados y la policía no se mete”.
Los hechos de violencia también ocurren por grupos de pobladores que se reclaman herederos de esas tierras y con derecho a explotarlas, y se enfrentan con machetes y armas de fuego que deja muertos, y “muy poco de eso sale en las noticias”.
Los ataques y volteos de oro también dejan muertos y heridos “en esta tierra sin autoridades”, donde a los pocos policías de Mapiri no se los ve y solo acuden a hacer el trámite administrativo como levantar el cadáver, registrar la defunción o la posible causa de la muerte, pero no investiga las causas de los decesos.
“En la zona siempre hay peleas, se agarran a machetazos, a muerte por esas tierras; los que pelean ahí son los que se hacen llamar los Hijos de Mapiri que se enfrenta a otros grupos reclamando el derecho de posesión, al medio están las cooperativas”, dice.
En el tiempo en que estuvo en el lugar, Jacinto escuchó de al menos seis volteos de oro, es decir, asaltos con armas de fuego a los portadores. “Los balean, algunos se escapan y sobreviven, por eso los cooperativistas siempre están armados y tienen gente de seguridad”.
Jacinto advierte también que muchas personas que han cometido delitos en La Paz y están prófugas llegan al lugar a trabajar. Muchos se involucran en peleas y en consumo de droga y alcohol. La droga es moneda corriente en esta parte del país, donde incluso los albañiles, según recuerda, “en lugar de bolear, se drogan abiertamente”.
Asalariados sin derechos laborales
Jacinto indica que en la cooperativa en la que trabajó el que ganaba menos es quien no conoce nada de minería, pero sirve para jalar cables o mangueras, cargar diésel o engrasar las máquinas. Lo hace por 2.000 bolivianos al mes.
Los choferes de volqueta ganan un promedio de 4.000 bolivianos y quienes operan las palas y retroexcavadoras unos 7.000 bolivianos al mes. La jornada diaria va desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche, luego ingresa otro grupo hasta las ocho de la mañana del día siguiente.
En medio de todo este movimiento de tierra están los “poceadores”, que son cientos de personas que rebuscan entre lo que va removiendo la maquinaria, pero solo lo pueden hacer a determinadas horas. Jacinto dice que la mayoría son mujeres de escasos ingresos que vienen de las comunidades.
“Ellos -los poceadores- solo pueden entrar en la hora de descanso (del maquinista) y en tres horarios: de seis a siete de la mañana, de doce a una de la tarde y de doce de la noche a una de la madrugada”.
Las cooperativas por lo general proveen la alimentación a los trabajadores que consiste principalmente en enlatados: carbohidratos con sardina o viandada, a veces con huevo, rara vez se ve carne de res o pollo.
Los trabajadores viven en un campamento minero improvisado que reúne las condiciones para una vida llena de precariedad. Pequeñas habitaciones de tablas y techo de calamina bajo la inclemente temperatura de la región que siempre está acompañada de nubes de mosquitos.
“Las condiciones de vida son terribles, muchos duermen en el suelo, muy pocos en colchón de paja, pero el gran problema son los mosquitos que no dejan ni ir al baño, en el monte”, dice Jacinto.
Quien trabaja en las cooperativas mineras debe comprarse todos sus implementos de seguridad: casco, botas, linterna. La cooperativa no provee nada y los accidentes laborales son moneda corriente y no despierta el interés de los empresarios del oro.
“En casos de accidentes laborales rara vez asume el cooperativista, siempre se inventa de que el error ha sido del trabajador; incluso en un caso en el que se demostró que fue una falla mecánica, el socio de la cooperativa 16 dijo: es su error de él (trabajador), seguro estaba mareado o drogado”.
En los casi 24 meses que trabajó en la región, Jacinto vio al menos 35 accidentes laborales, con muertos y heridos: enterrados por las retroexcavadoras, caídas estrepitosas, rompimiento de diques de agua que se llevan a trabajadores, entre otros.
“Muchos accidentes ocurren cuando se saca el desmonte, cuando se mueve piedras gigantes para buscar oro, la gente queda aplastada, otros accidentes también ocurren durante la noche, muchas veces el sueño te vence y la volqueta avanza y te bota al barranco, el trabajo es cansador, y eso se acentúa por las condiciones climáticas, el calor es insoportable”, indica.
Pero de muchos otros accidentes no se sabe nada, los cooperativistas prefieren que pase desapercibido, también porque al estar tan alejados los lugares de explotación, las posibilidades de auxilio y atención médica son remotas.
“No hay posta médica cerca, mínimo a dos horas en auto, y en la cooperativa ni una pastilla te dan, pero los socios cooperativistas si están asegurados a la Caja Nacional de Salud, en otras clínicas privadas, y los tratan como a reyes porque pagan bien”, refiere.
Ningún trabajador de las cooperativas está asegurado y menos les reconocen derechos laborales: “es un capitalismo salvaje”.
“El lugar es como una tierra olvidada, al quedar tan lejos no sale la información sobre lo ocurrido, en esos lugares no hay Estado; cuando muere un trabajador, a veces le dan oro a la familia y les dicen: ‘andate’, para que no haga problemas”.
A parte de los accidentes laborales, dice Jacinto, existen muertes por la crecida de los ríos que se llevan a familias enteras que están buscando oro por el lugar, en vertientes profundas, son arrasados por la fuerza del agua. Y los diques colapsados de las cooperativas, también se llevan poblaciones.
“Las cooperativas traen agua desde lejos y lo acumulan en piscinas grandes, en la parte alta, como en una represa, y cuando eso revienta, barre con los pueblos”, indica.
Las masivas marchas de mineros cooperativistas en la ciudad de La Paz muestran de manera equivocada, dice Jacinto, la cohesión y fuerza de un sector que autoemplea a sus afiliados. No todos son cooperativistas quienes marchan, sino familiares o conocidos que a cambio de dinero salen a protestar, mientras la producción en las zonas auríferas continúa sin parar.
“El año pasado con las protestas yo estuve en La Paz bloqueando, estaba representando a un socio, como muchos son asociados a las federaciones si o si tienen que garantizar gente en las marchas, si no pueden ir contratan gente, a conocidos, y les pagan por día”. Dice que el recibió 100 bolivianos por día.