Hasta el momento, las autoridades asentadas en el este del país han cifrado en al menos 5.200 los fallecidos
Entre 18.000 y 20.000 personas podrían haber muerto en Derna, una ciudad libia de unos 90.000 habitantes, después del paso de la tormenta Daniel, según informó el jueves su alcalde. Las cifras ofrecidas por la Media Luna Roja a lo largo de la tarde también confirmaban el alcance de las pérdidas humanas, con al menos 11.000 muertos y unos 20.000 desaparecidos al cierre de esta edición. Se trata del saldo provisional de una tragedia que ha arrojado al mar miles de cadáveres -los encargados de las labores de rescate han pedido bolsas para guardarlos y otros los trasladan a fosas comunes donde reciben sepultura- y que amenaza con desestabilizar un país que los analistas califican de Estado fallido desde la caída del régimen de Muamar el Gadafi.
«La información que tenemos es que la ciudad de Derna está dividida en dos, en una parte occidental y otra oriental, y que el acceso entre esas dos partes es muy complicado», señalaba en un comunicado Matthieu Chantrelle, subdirector de operaciones de Médicos sin Fronteras en Libia. «La primera necesitad es la gestión de los cadáveres».
La catástrofe ha movilizado a la comunidad internacional. Según informaba Afp, Francia envió a 40 socorristas y el presidente egipcio, Abdelfatah Al Sisi, ordenó la instalación de campamentos para acoger a los supervivientes. Turquía tenía previsto mandar asistencia por barco -con hospitales de campaña- y también se esperaba la ayuda de Italia, Alemania, Rumanía, Finlandia, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Túnez y Argelia. Un grupo de rescatistas españoles se desplegó en el territorio, como contaba en ABC África Albalá.
Situada en la provincia oriental de la Cirenaica -una de las tres que componen el país, junto a Tripolitania y Fezán-, a orillas del Mediterráneo, Derna se encuentra bajo la esfera de influencia del Gobierno de Estabilidad Nacional, un instrumento de poder del mariscal Jalifa Hafter, y ha sido, tradicionalmente, el escenario de invasiones, batallas e inundaciones. Las dos presas que debían evitar esa última eventualidad se vinieron abajo el domingo por la noche, después de que un mantenimiento insuficiente y las lluvias -que en un solo día fueron 260 veces superiores a las registradas de media en un mes, según datos de la BBC- las derribaran.
Rotura en cadena
«Ha sido una rotura encadenada de dos presas que están en el mismo cauce, wadi en este caso, que pasa por Derna», explica Miguel Ángel Toledo, catedrático de Ingeniería Hidráulica en la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid. «Eran presas de escollera con un núcleo central de arcilla que se ha roto. Ese núcleo central impermeable está arropado por dos espaldones de escollera que le dan estabilidad. Si el caudal de agua que llega por el cauce es mayor que la capacidad del aliviadero, se desborda la presa y el agua empieza a pasar por encima de ella», dice. «A continuación, si el caudal es suficientemente alto, las piedras que forman el espaldón de aguas abajo son arrastradas, el núcleo arcilloso pierde apoyo, se rompe y el otro espaldón, el de aguas arriba, se ve también arrastrado por el agua».
Con la primera presa destruida, la segunda, situada a un kilómetro de Derna, no tardó en romperse. Ambas fueron levantadas en los años 70, después de las catastróficas inundaciones de 1941, 1959 y 1968, según la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción de Riesgos de Desastres. «El mantenimiento de las presas podría haber sido deficiente», sostiene esa fuente.
«Los daños agua abajo dependen de la altura de la presa y del volumen de agua que almacene el embalse. Si la presa es muy alta, cuando el núcleo se rompe se crea una ola de mucha altura, y el caudal que sale es muy importante», añade Toledo. «Otro aspecto clave es la distancia a la que está la ciudad de la presa. Cuando el agua salió de la presa tras su rotura, pudo producirse una ola enorme, posiblemente de decenas de metros de altura. Según discurren hacia aguas abajo, esas olas van decreciendo, pero, en este caso, la segunda presa solo estaba a un kilómetro de la ciudad, que es muy cerca».
Derna había sufrido otras inundaciones graves en 1941, 1959 y 1968, por lo que se levantaron las dos presas en los años 70
Ese repentino torrente arrasó Derna y las vidas que encontró a su paso con una enorme violencia. Según la agencia Afp, los testigos aseguraron haber escuchado una «gran explosión» previa a la llegada de las aguas a la ciudad. Un oficial libio, citado por la BBC, comparó el fenómeno con «un tsunami». Contemplar las imágenes satelitales del suceso -con edificios, carreteras, puentes y todo tipo de infraestructuras reducidos a escombros- permite atisbar su fuerza destructora.
«El agua era increíble, todo el mundo podía oírla. Cuando salimos, ya no había ciudad, había sido arrasada», explicaba el jueves a la BBC Wali Eddin Mohamed, trabajador de una fábrica de ladrillos de Derna, que presenció la catástrofe. «Nos despertamos y no pudimos encontrar a nadie, no pudimos encontrar a nadie que conociéramos».
Pero, ¿por qué se construyó una ciudad en un enclave tan delicado? Fundada por los griegos -y después escenario de combates entre las tropas otomanas y las italianas, que colonizaron Libia entre 1911y 1943, y entre las fuerzas aliadas y las del Eje en la Segunda Guerra Mundial-, Derna se levantó a orillas del mar y cerca de un wadi por un motivo evidente: sus recursos.
«Muchas poblaciones y asentamientos humanos se localizaban en la Antigüedad en lugares donde había agua, aunque fuera episódicamente. Existen muchas ciudades que están junto a un río, grandes capitales europeas, aunque exista el riesgo que supone un desbordamiento», explica Javier Martín-Vide, catedrático de Geografía Física de la Universidad de Barcelona.
Crecida relámpago
«Los wadis son como las ramblas que hay en el sudeste de España, cursos fluviales habitualmente sin agua pero con un cauce muy amplio, que revela que, de vez en cuando, evacúan una gran cantidad», añade. «Wadi es un término árabe para los cursos fluviales en climas lindando con el desierto, como es el caso de Libia. El ‘gua’ de Guadalquivir o Guadiana tiene su origen en esa palabra. De vez en cuando, como ocurre con nuestras ramblas, se produce una crecida relámpago y se ve bajar una onda de agua. No es como en los ríos, donde aumenta el caudal progresivamente».
«Ya no había ciudad, había sido arrasada», explicó un testigo a la BBC. Otros compararon el torrente de agua con un «tsunami»
Un fenómeno natural agravó más la situación: la borrasca Daniel. «Se transformó en un medicán, un término que une las palabras Mediterráneo con huracán, y un fenómeno que, de hecho, se parece a un huracán del Caribe, aunque más pequeño», señala Martín-Vide. «Daniel, que ya había afectado gravemente a Grecia, se recargó en un Mediterráneo muy caliente, y adqurió su energía, su combustible, que es el vapor de agua, de ese mar tan cálido, afectando a la parte oriental de Libia. Hubo vientos fuertes y lluvias torrenciales. A eso se unió la catástrofe ‘tecnológica’ de la rotura de las dos presas y el sufrimiento de un país destrozado por conflictos bélicos y civiles», concluye.
De ahí que el secretario general de la Organización Meteorológica Mundial, Petteri Taalas, lamentara el jueves que «la mayoría de las víctimas» se podrían haber evitado si la situación política libia fuera estable. Una circunstancia que no se produjo y que dejó a indefenso a un país sumido en el caos.