No importa por dónde la veas, encandila con su belleza. Convive con la modernidad, las subidas, las bajadas. Y si para algo es campeón el paceño, es para la fiesta. El teleférico y el Puma han dejado de ser atractivos turísticos, ya son parte de lo cotidiano.
No importa por dónde la veas siempre te sorprenderá, amplia como es, llena de contrastes, tiene un lugar para ti”. Ésa es la invitación que hace el grupo nacional Octavia, en la letra de una canción con la que homenajeó a la urbe paceña en 2014, cuando fue declarada una de las siete ciudades maravilla del mundo por la New7Wonders Foundation, entre más de 1.200 postulantes.
Es que La Paz, Chukiago Marka, la ínclita ciudad del Illimani, o “cuna de la libertad, tumba de tiranos”, como dirían los promotores del grito libertario de 1809 a la cabeza de Pedro Domingo Murillo, es maravillosa por donde se la vea.
“Todos los días bajo en mi cochecito y en el recorrido entre la Ceja a San Francisco, tengo esta hermosa vista” dice don Alfredo al mando de su nave, un minibús plateado, mientras señala la vista a un costado con su brazo derecho. “Especialmente en invierno, este cielo celeste como el gran Bolívar, así, sin una sola nube, los cerros, el Illimani, somos pues la ciudad Maravilla ¿no ve? En otros momentos del año, el tiempo es loco, te toca todas las estaciones en una: solazo, lluvia, granizo y hasta nieve, grave es”, cuenta.
“Así es pues este Alfredito, ¡bien bolivarista!” replica su amigo, sentado en el asiento del acompañante. “En cambio yo soy pues del poderoso Tigre”, aclara y empieza la ronda de apuestas para el siguiente clásico. El conductor se ríe, y replica: “Sí pues, bien chacrita eres, por eso te estoy llevando al centro para que vayas a San Pedro y consigas los repuestos para arreglar el embrague de tu carrito”. El amigo se ríe: “Ay hermano, las subidas y las bajadas pues”, y mira al reportero. “Ese su encanto de esta ciudad, pero subir y bajar tiene esas consecuencias”.
Los dos minibuseros están de buen humor hoy. Pero su trabajo no siempre los tiene felices. La competencia entre las líneas es voraz, hacen carreritas entre unos y otros. “No sabes si te va a agarrar una marcha y listo, la rentita del día se reduce a la mínima expresión”. La Paz es caótica.
Atrás, en el mismo minibús de don Alfredo, un grupo de jóvenes bajan a la ciudad entre risas y bromas. Inevitablemente, las carcajadas son antecedidas por un “yaaaaaa”. Nicolás, uno de ellos, manifiesta que su recorrido entre La Paz y el Alto es cotidiano. “Generalmente bajo en minibús, y por las tardes, me subo en el teleférico lila”.
Definitivamente, el transporte por cable se ha convertido no solamente en un atractivo turístico, que incluso fue mostrado en series internacionales como La Reina del Sur, la megaproducción protagonizada por la mexicana Kate del Castillo, sino también es parte de la cotidianidad de miles de personas diariamente. Las líneas roja, amarilla, verde, azul, naranja, blanca, café, celeste y morada unen la zona sur, Obrajes, el centro de la ciudad Miraflores y Villa Copacabana con El Alto. Mientras, que las otras dos, la azul se adentra en la urbe alteña y también ahí arriba, la plateada conecta al menos tres puntos de la línea divisoria, pasa justo por ahí donde comienza la ‘hoyada’.
Otro símbolo es el bus municipal. Un niño de dos años exclama: “Mami, ¿qué rato viene el Pumanakatari?”. Entre risas, María abraza al pequeño y le explica, “Pumakatari hijito”. Este transporte municipal tiene siete rutas de autobús en La Paz con 410 paradas, de norte a sur, y de este a oeste.
José Rafael lava autos, cambia limpia parabrisas y aros. Nació en La Paz y cuando se le pregunta cuáles son los encantos de la ciudad, responde que “la calidez de las personas, eso es lo principal”.
Segundo, “la comida es deli y esta ciudad te hipnotiza, tal vez es porque está más cerca del cielo, yo diría que más cerca de Dios. Así la siento, se siente la influencia de nuestros ancestros”, asegura.
Pone énfasis en una característica clave del paceño. “Nos gusta mucho la fiesta, tal vez demasiado”. El año tiene 365 días, pero en ese tiempo, esta ciudad baila 800 veces al ritmo de las fiestas patronales. “Si así trabajáramos, y no es que yo me haga el santo, algunas veces tomo mis tragos, pero aquí se bebe mucho, y hasta quedar en condiciones muy malas”, admite La Paz tiene un ritmo frenético, luego de las Alasitas, viene la preparación del Gran Poder, y tras las fiestas julias, las de la patria, y ya nomás las ferias navideñas. Eso sí, el tiempo pasa más rápido en la altura.