Morir de hambre para encontrar a Jesús: así son las sectas cristianas (más diabólicas) de África

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Entre las más de 10.000 comunidades religiosas que se encuentran en Kenia, el sacerdote de la Iglesia de la Buena Nueva ha llevado hasta la muerte por inanición a más de 100 seguidores

Algunos de los supervivientes rescatados aún se niegan a comer. Quieren morir de hambre; es su voluntad, como fue la de los más de cien miembros de la Iglesia de la Buena Nueva —entre ellos niños— que han muerto de inanición con el objetivo de encontrar a Jesús.

 

El líder espiritual de este culto cristiano con base en el bosque de Shakahola, al este de Kenia, se llama Paul Mackenzie. Parece sentirse cómodo ante los hechos macabros, ante la idea del sacrificio llevada al extremo. Se declara inocente, se considera tan solo un pastor más, un profeta incomprendido por la sociedad, como lo fue Jesús. Tranquilo, con una templanza inusual, comparte un último mensaje antes de ser trasladado a dependencias policiales: «No sabéis contra qué estáis luchando. Y os morderá. Os lo estoy diciendo, os morderá».

EFE

Sus seguidores le defienden en las redes sociales. La sociedad keniana se agita. Mientras, políticos, medios de comunicación y líderes religiosos, tratan con rapidez de encontrar el modo de beneficiarse de la masacre, entre las tareas de búsqueda de los cuerpos enterrados en un bosque de 300 hectáreas. Los espectadores siguen con atención morbosa cómo el número de víctimas va creciendo. Ya son más de cien. En Kenia no se habla de otra cosa. El presidente, William Ruto, aprovecha para desviar la atención de los ciudadanos insatisfechos con el gobierno y les redirige para que —en vez de pedir su cabeza— pidan la de los clérigos.

 

La prensa local se pregunta cómo la situación de terror que estaba teniendo lugar en el bosque de Shakahola, donde residían aislados los seguidores del culto, ha tardado tanto tiempo en salir a la luz. «Resulta que lo que ha sucedido en Kilifi no es una novedad», explica John Mwangi, policía en Mombasa. «Lo novedoso es que se hayan descubierto tantos cuerpos a la vez».

Las autoridades ya tenían información de que bajo el liderazgo espiritual de Paul Mackenzie se estaban cometiendo crímenes. El pastor había sido arrestado con anterioridad. En 2017 fue acusado de impedir que los niños de la secta asistieran al colegio. Este mismo año se le acusó de ser responsable de la muerte de dos niños, hijos de miembros de su Iglesia. Una fianza de 74 dólares fue el precio de su libertad.

 

El escándalo ha salido a la luz en el momento apropiado. En medio de una crisis política, que al presidente se le va de las manos, cualquier distracción es buena.

10.000 Iglesias diferentes para un mismo Dios.

«Soy Jesucristo, el Mesías, vuestro Señor», afirma un pastor evangélico en Bungoma, al oeste de Kenia. «He venido por segunda vez al mundo para salvaros».

 

Coincidiendo con que la Semana Santa estaba a la vuelta de la esquina, y completamente entregados a la idea de volver a tener a su mesías de vuelta en la tierra, sus seguidores decidieron acudir a la Biblia —cuál manual de instrucciones— y planear la crucifixión del Jesús keniano haciéndola coincidir con el Viernes Santo.

 

Al hombre se le pasaron de inmediato las ganas de ser Cristo y, a falta de milagros, acudió a la comisaría más cercana para pedir protección policial. No hubo crucifixión.

La noticia provocó unos cuantos memes y bromas a costa de un hombre que lo más probable es que necesitara atención psiquiátrica en vez de mediática. Entonces todo quedó en anécdota. Sin embargo, el Jesús keniano era solo un producto más del desorden religioso del país.

 

La religión es un asunto delicado en Kenia, las críticas a las diferentes expresiones devocionales son peligrosas en un país que aún sufre las consecuencias del colonialismo. La religión en Kenia ha sido —y es— inseparable de la realidad política, económica y social. Es moneda de cambio, arma arrojadiza o caballo ganador para algunos líderes del país.

No es extraño que el poder se consolide sobre las diferencias étnicas y que utilice las creencias religiosas para justificar un rol divino. El acceso a los recursos económicos en un país de gran disparidad económica, solo es posible mediante la corrupción de aquellos que ejercen el poder, amparados por obispos, pastores, o sacerdotes mediáticos.

 

La proliferación de las iglesias —casi 10.000 de las cuales 4.000 están registradas oficialmente— surgió como búsqueda de espacios propios al margen del control del gobierno. Algunas persiguen objetivos anticoloniales, otras ofrecían servicios sociales que el Gobierno no lograba cubrir: educación, hospitales, acceso a tratamientos y prevención de la pandemia del sida (VIH). Bajo sus innegables bondades y su impacto positivo en la sociedad, comenzaron a aparecer estafadores que se beneficiaban de las buenas obras para justificar sus estafas.

Muchas de las iglesias pasaron a ser espacios en los que poder alcanzar un estatus de poder sin tener que formar parte de la política. Los fieles recibían alimentos, consuelo o educación a cambio de tolerar los comportamientos abusivos de los líderes. La lucha anticolonial también comenzó a distorsionarse y se recuperaron rituales tradicionales dañinos bajo el amparo de diferentes sectas cristianas. Ni siquiera los líderes del país, religiosos o políticos, son capaces de explicar las diferentes doctrinas de las iglesias del país. Se contentan con la idea de «cristiano» sin profundizar más ni hacer distinciones. «Algunas iglesias apoyan la mutilación genital femenina», afirma Olive, W, enfermera en Kenol, Kenia Central. «Mezclan oraciones cristianas con cantos paganos durante las ceremonias y confían ciegamente en las instrucciones de su pastor». Instrumentalizar las carencias socioafectivas de los integrantes de un culto no es en absoluto revolucionario, forma parte de la hoja de ruta de toda secta que se precie.

 

James Otieno es médico en un centro de salud de Murang’a, en Kenia Central. «La semana pasada murió un paciente que se había negado a tomar antibióticos», cuenta. «En lugar de la medicación prescrita por nosotros, decidió tomar a diario la orina del pastor de su iglesia». James afirma que en la zona hay muchas mujeres que no acuden a los centros de salud a la hora de parir porque sus iglesias se lo prohíben. Si hay complicaciones, mueren».

Alice, una joven de dieciocho años, acabó detenida cuando parió por tercera vez a un bebé que dejó morir de inanición. La familia explicó que el líder de una pequeña iglesia en Sabasaba, Murang’a, le ordenó parir hijos y sacrificarlos como corderos para satisfacer a Dios. El pastor era el encargado de dejarla embarazada y por supuesto negó la versión de la chica. «Es una chica que ha dejado morir a sus hijos, está loca», dijo antes de desaparecer. La chica acabó suicidándose al enterarse de que el líder de la iglesia había abandonado el pueblo. Sin sus órdenes no sabía cómo seguir viviendo. Jamás figuró cómo víctima de una secta, sino como una probable prostituta con múltiples adicciones.

Chat GPT es la palabra de Cristo

Cuando la religión es el chivo expiatorio, maquinaria de blanqueo de dinero, y fábrica de temores y deseos en manos de un gobierno corrupto, Dios puede ser cualquier cosa.

 

«La inteligencia artificial es Dios», afirma Andy. W, pastor de una iglesia de Athi River cuya labor es la de teclear preguntas de los fieles, dejar que un programa de inteligencia artificial responda e interpretar las respuestas según le convenga. Todo por un módico precio de 2 euros por pregunta. Hace unos años, en Makuyu, Kenia Central, ya eran típicas las iglesias que tenían un ordenador portátil con sermones pregrabados, la mayoría de las veces de pastores estadounidenses.

La tragedia, como vemos, no se limita a los actos violentos, lo que ha sucedido en el bosque de Shakahola es solo la punta del iceberg de un problema que asola Kenia desde hace décadas.»El cristianismo en su origen fue un grupo minoritario al margen de toda ley», explica Andy. W, defendiendo a Mackenzie. «Jesús era su líder y fue castigado por sus ideas revolucionarias».

 

Su comentario desaparece de las redes junto a su perfil en menos de cinco minutos después de haberlo compartido. La policía ha comenzado una caza de pastores con ideologías extremistas.

Repensar el terrorismo

«Kenia es un país en el que el miedo al terrorismo islámico está muy arraigado», explica Said. M, abogado en Nairobi. «Sin embargo, hay más víctimas de las sectas cristianas que del extremismo islámico, la diferencia es que se trata de una violencia que no afecta a Occidente o al turismo. Las víctimas son mayoritariamente locales de clase media-baja»

 

El tratamiento de la violencia de las distintas religiones en Kenia es perverso. Cuando se habla de terrorismo se asume que se trata de extremismo islámico. Los atentados de Al-shabaab, el grupo yihadista del este de África, son espectaculares. Sin embargo, las sectas cristianas ejercen una violencia que cae gota a gota, erosionando a sus víctimas en silencio. Al igual que los esfuerzos por tener mecanismos de prevención de terrorismo islámico en marcha son necesarios, la vigilancia de las aproximadamente 10.000 iglesias en Kenia es de una urgencia inapelable. Al igual que lo es el cambio de narrativa a la hora de nombrar la violencia religiosa.

EFE

En los días venideros se seguirán produciendo detenciones de líderes religiosos mediáticos, cientos de víctimas acudirán a la televisión a hablar de los abusos sufridos por cultos de los que la mayoría de la población desconoce su existencia. Tengamos en cuenta que escucharemos las historias que el gobierno quiere que escuchemos, que las verdades viven en las bocas de los marginados y los silenciados del país.

 

La tragedia, como han bautizado los políticos kenianos a lo ocurrido en la secta de Mackenzie, no supondrá la introducción de medidas estrictas que regulen las actividades de todas las religiones del país. Lamentablemente, será solo una oportunidad lucrativa para el ‘show business’ keniano y un descanso para los políticos.

 

Paul Mackenzi solía repetir los versos de Mateo (7:15-20): «Cuidaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces». Al fin y al cabo, sus seguidores tienen razón: Mackenzi no mentía. Su verdad fue la condena.


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