El presidente brasileño visita Lisboa y Madrid al tiempo que desanda los años de Bolsonaro y prioriza a América Latina en su política exterior
Cerca de cumplir los cuatro meses de su tercer mandato como presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva da pasos decididos en política exterior con una meta clara: reposicionar a su país como una potencia “no alineada” entre dos polos, Estados Unidos y China, e integrada en los países latinoamericanos.
Tras visitar Portugal durante cuatro días, Lula llega este martes a España a medida que desanda el rumbo de confrontación alineado con los halcones de Estados Unidos e Israel que había trazado el ultraderechista Jair Bolsonaro (2019-2022). Como consecuencia de ese reposicionamiento, la disidencia con la Unión Europea en torno a la guerra en Ucrania sobrevuela en la gira del presidente de Brasil por la península ibérica.
Algunos pasos dados por el presidente brasileño de izquierdas no fueron bien recibidos por Washington. En particular, la equidistancia que mostró Lula entre Rusia y la OTAN en cuanto a la atribución de responsabilidades por la guerra en Ucrania. El Gobierno de Brasil “repite como un loro la propaganda rusa y china”, fueron las palabras utilizadas por la Casa Blanca contra el mandatario.
La política exterior de Lula encuentra coincidencias con la llevada a cabo por él mismo y por Dilma Rousseff entre 2003 y 2016, durante los tres mandatos y medio del Partido de los Trabajadores en el Palacio del Planalto, hasta que la presidenta fue destituida tras un proceso de impeachment.
El factor Amorim
Un nombre es el factor común entre los dos Lulas, su influyente excanciller (2003-2010) y actual asesor especial, Celso Amorim, resalta Daniel Goldstein, docente de Política Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires y autor de Bolsonaro; la democracia de Brasil en peligro (Marea, 2019).
Amorim, diplomático de carrera, fue artífice de la distancia asumida por Brasil durante las aventuras bélicas de George W. Bush en la primera década del siglo y de la alianza geopolítica con los Gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández en Argentina, Tabaré Vázquez y José Mujica en Uruguay, Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia.
En cuanto tomó posesión, el 1 de enero pasado, Lula dispuso que Brasil volviera a ocupar una silla en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe (CELAC), un sello que había permanecido hibernado durante la era de los gobiernos conservadores en la región, que cobró fuerza a partir de 2015 y de la que queda poco. El argentino Alberto Fernández y el mexicano Andrés Manuel López Obrador procuraban reactivar la CELAC, pero sin la principal potencia latinoamericana, esa entidad que tenía por propósito balancear el peso de Estados Unidos en el continente, no tenía mucho sentido.
Lula viajó a Buenos Aires el 21 de enero como su primer destino, escenificó el reingreso de Brasil en la CELAC, reafirmó su alianza con Fernández y pidió perdón por las ofensas del ultraderechista. Un hijo de Bolsonaro, Eduardo, había llegado hasta a hacer bullying en redes sociales a un hijo de Fernández de identidad de género no binaria.
Un movimiento similar se dio este mes con el anuncio de que Brasil retomaría su silla en UNASUR, bloque de países sudamericanos de vida muy activa ante los intentos de destitución de Evo Morales en Bolivia (2006 y 2008) y de Rafael Correa en Ecuador (2010), el desplazamiento de Fernando Lugo en Paraguay (2012) y las sucesivas crisis en Venezuela.
Durante sus primeros años de funcionamiento, tanto la CELAC como UNASUR tuvieron la impronta de los Gobiernos de izquierda latinoamericanos, pero, no obstante, fueron también un espacio de integración con presidentes de derecha, como el chileno Sebastián Piñera y el colombiano Álvaro Uribe. En cambio, el ciclo conservador en la región iniciado en 2015 creó sellos como el Grupo de Lima y PROSUR con un objetivo casi excluyente de reclamar contra los desvíos autoritarios del venezolano Nicolás Maduro. Auspiciadas por Washington sin disimulo, esas organizaciones se encuentran ahora prácticamente inactivas.
La izquierda, a la defensiva
El espacio para un Brasil “no alineado” no es el mismo que en la primera década del siglo, cuando los países de Sudamérica crecían a tasas de dos cifras y las exportaciones batían récords por los precios de los ‘commodities’, advierte Goldstein. Hoy el presidente brasileño se enfrenta a una oposición de derecha radicalizada y demandas sociales en una economía que crece a paso lento tras varios años de recesión, razona el analista.
“Latinoamérica hoy tiene Gobiernos progresistas acorralados, como en Argentina y Chile, y autoritarios, como en Venezuela, Nicaragua y Cuba. Unos a la defensiva y otros sin credenciales democráticas. ¿A quién entusiasma en estas condiciones reivindicarse de izquierdas?”, se pregunta Goldstein. Las excepciones son Colombia, con Gustavo Petro, y México, con López Obrador. No casualmente, se trata de países que desde hacía décadas alternaban Gobiernos de derecha de distinta tonalidad, por lo que la izquierda tiene alguna novedad que ofrecer.
Las fotos de Lula
Si la Casa Blanca le revisó el Instagram al presidente de Brasil, habrá encontrado fotos que no eran de su agrado.
Entre el 12 y el 14 de abril Lula visitó China, el principal socio comercial de Brasil. Ni Lula ni Xi Jinping ahorraron gestos para reforzar un vínculo estratégico y tendieron puentes para una acción coordinada sobre la guerra en Ucrania. La visita de Lula a Pekín ya era irritante para el Gobierno de Joe Biden, pero su posición pública sobre la guerra ha reforzado esa sensación en Washington.
Aunque Lula señaló que condena la invasión de un Estado soberano, añadió: “Rusia no quiere parar [la guerra] y Ucrania no quiere parar. Y si no hablas de paz, estás contribuyendo a la guerra”.
En el marco de esa visita de Estado que incluyó ocho ministros, gobernadores y 200 empresarios, Dilma Rousseff asumió la presidencia del banco de los BRICS, foro que Brasil integra junto con Rusia, India, China y Sudáfrica. El Nuevo Banco de Desarrollo, que se plantea como alternativa a las instituciones auspiciadas por Estados Unidos como el FMI, tiene un capital de 100.000 millones de dólares.
Es cierto que, semanas antes de viajar a China, Lula había visitado a Biden en la Casa Blanca. “Del resultado de ambas visitas se puede medir el calor de las relaciones con uno y otro país. Lula volvió de Washington con una ayuda de 50 millones de dólares para el Amazonas y de Pekín, con acuerdos de inversión por 5.000 millones de dólares”, recuerda Goldstein. El superávit comercial de Brasil en su comercio con China por 32.000 millones de dólares en 2022 explica el resto.
A las postales de Lula en Shanghái y Pekín les siguió una visita a Brasilia del ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, en el marco de una gira que incluyó lo que la retórica de los halcones en EEUU calificaría como el “eje del mal latinoamericano”: Venezuela, Cuba y Nicaragua.
En actos junto al canciller brasileño, Mauro Vieira, Lavrov repasó el repertorio del Kremlin en torno a Ucrania y acusó a Estados Unidos y Europa de “no cumplir con obligaciones que asumieron hace años” en los acuerdos de Minsk, de 2014 y 2015.
Días antes, Lula había acusado a Estados Unidos de “incentivar” la guerra. Durante la visita de Lavrov, Amorim sintonizó con esas palabras, reivindicó el histórico “no alineamiento” de Brasil y reprochó a la OTAN por armar a Kiev y darle “falsas esperanzas” de que puede derrotar a Moscú.
El periplo de Lavrov fue la gota que colmó el vaso. “Es profundamente problemática la forma en la que Brasil ha abordado este tema… Brasil está repitiendo como un loro la propaganda rusa y china, sin prestar atención en absoluto a los hechos”, dijo John Kirby, uno de los portavoces de la Casa Blanca.
Quizá Lula entendió que se había excedido y aclaró los tantos el martes pasado: “Al mismo tiempo que mi Gobierno condena la violación territorial de Ucrania, defendemos una solución política negociada”.
Astucia y equilibrio
Un choque frontal con Estados Unidos tampoco forma parte de la agenda de Lula. Brasil tiene pretensiones históricas que requieren acuerdos con las potencias occidentales, como ocupar una silla en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, una meta en la que México y Argentina no lo acompañan.
A su vez, el sector financiero, que tuvo peso en los gabinetes del primer Lula y lo vuelve a tener ahora, alberga motivos para priorizar las relaciones con Wall Street y Washington. La identificación cultural con Estados Unidos de una parte de la elite económica de Sao Paulo y Rio de Janeiro es ostensible.
“Lula fue siempre muy astuto para manejar esos juegos y resistir un alineamiento con un bando u otro, y lo seguirá siendo”, matiza Goldstein. “Lo que sí parece cierto es que el escenario actual, dada la disputa bipolar con China, es menos resistente para esos vaivenes”, agrega.
A su vez, la relación con Pekín ya ha alcanzado un punto de no retorno para Brasilia. No en vano, Bolsonaro, que había empezado su mandato recitando letanías de los republicanos y el Likud, terminó rendido ante el peso de las exportaciones a China y, en el tramo final, sin Donald Trump en la Casa Blanca, buscó despolarizarse con algún acercamiento a Vladímir Putin y a otros políticos de la derecha autoritaria europea. El mandatario extremista tampoco pudo concretar su promesa de trasladar la embajada de Brasil de Tel Aviv a Jerusalén.
Este lunes, en el tercer día de Lula en Portugal, el primer ministro António Costa se ofreció como “punta de lanza” para acelerar el acuerdo UE-Mercosur, durante la apertura de un foro empresarial bilateral en Matosinhos (Oporto), informó EFE.
Ese acuerdo, que se aceleró durante el ciclo de Bolsonaro en Brasil y Mauricio Macri en Argentina, es problemático en el debate interno tanto de los países sudamericanos como de varios europeos.
Lula respondió en sintonía con Costa, sin entrar en detalles: “Brasil está preparado para volver a ser un país grande, importante, para ser un país atractivo, y quiere construir políticas de asociación”. Pero aclaró que no desea “relaciones hegemónicas con nadie”.
Antes, el mandatario sudamericano no eludió la diferencia de miradas sobre la guerra de Ucrania. “Comprendo el papel de Europa”, pero “quiero que se comprenda también el papel de Brasil”, zanjó el domingo en presencia del presidente portugués, Marcelo Rebelo de Sousa.
“La guerra no debería haber comenzado. Rusia no debería haber invadido, pero invadió. Ahora, en vez de escoger un lado, quiero escoger una tercera vía, la reconstrucción de la paz”, argumentó Lula.
Este martes, el mandatario aterriza en Madrid. La agenda indica que almorzará con el rey Felipe VI en el Palacio Real y mantendrá una reunión bilateral con Pedro Sánchez en el Palacio de la Moncloa.