La inteligencia de los pulpos ha sido algo que siempre nos ha inquietado. Al menos, a quienes hemos sido testigos de su comportamiento, su resolución de problemas y, por qué no decirlo, su penetrante mirada, extrañamente profunda si la comparamos con otros invertebrados. Porque a fin de cuentas son eso, seres sin esqueleto, más cercanos a una mosca que a un pez. Y, sin embargo, sabemos que su cognición supera a la de los pescados que comemos cada día. Son mejores resolviendo acertijos e incluso parecen desarrollar cierto comportamiento juguetón nada usual entre sus congéneres. Porque, si bien los pulpos parecen destacar sobre todos los invertebrados, el resto de los cefalópodos tampoco se quedan muy atrás: calamares, sepias y demás moluscos tentaculares.
Son tan particulares que, en su momento, se publicó un artículo científico sugiriendo que su extraño ADN podía deberse a un origen alienígena. Nada de esto se sostenía científicamente y el artículo, como era de esperar, cayó en desgracia. Aunque, con una afirmación tan extravagante publicada con aquel nivel de (aparente) seriedad, caló rápidamente en la población y ahora se escucha de vez en cuando como curiosidad en conversaciones informales. Ahora, un nuevo estudio sugiere que, efectivamente, hay algo especial en la genética de estos seres, algo que los relaciona con nosotros como animales cerebralmente complejos. Nada tiene que ver con el espacio, pero podría ser un primer cavo del que tirar para comprender a estos extraños moluscos.
Cerebros superiores
A pesar de sus sorprendentes capacidades cognitivas, el cerbero de los pulpos se parece bien poco al nuestro en cuanto a aspecto. Normalmente, llamamos cerebro a las grandes agrupaciones de neuronas conectadas entre sí de forma compleja. Cuando su complejidad es menor se suele hablar de ganglios cerebrales y, menos de eso, tenemos un sistema nervioso difuso, con forma de red como puede ser el de las medusas. En el caso de los pulpos no encontramos un cerebro como el nuestro, voluminoso y arrugado.
De hecho, ni siquiera encontramos un cerebro, sino varios, o varios ganglios según cómo de estrictos seamos. Podríamos decir que el sistema nervioso del pulpo cuenta con una estructura principal donde se procesan la mayor parte de estímulos, como pueden ser los visuales. Por otro lado, cuentan con un ganglio en la base de cada uno de sus ocho patas (que no son tentáculos propiamente dichos). Estas estructuras reciben el tacto captado por la pata y coordinan sus movimientos, sobre todo mediante procesos reflejos o muy mecanizados. Es tan diferente a nuestra estructura nerviosa que nos hace preguntar cómo sería nuestro antepasado común, el ancestro de esos dos enormes linajes con cerebros tan diferentes.
Un antepasado mediocre
Al remontarnos tanto en el tiempo, el ancestro común de los vertebrados y los moluscos no es precisamente muy llamativo. Hablamos de un ser de pequeño tamaño, realmente primitivo con forma de gusano y con ojos tremendamente rudimentarios, apenas un par de puntos sensibles a la luz. Curiosamente, los ojos de los cefalópodos y los vertebrados han seguido caminos muy parecidos, pero es pura presión evolutiva, lo que conocemos como convergencia evolutiva. Su inteligencia no era nada reseñable, por lo que todo se ha construido desde entonces (si no tenemos en cuenta las restricciones que implica su propia biología).
Así que ¿a qué se debe nuestra inteligencia? ¿Podemos encontrar condicionantes comunes? Un grupo de científicos dirigidos por investigadores del Centro Max Delbrück y del Dartmouth College de Estados Unidos han encontrado parte de la respuesta. Los cefalópodos eran conocidos por editar mucho su propio material genético, concretamente el ARN mensajero, que contiene las instrucciones para producir todo tipo de moléculas indispensables para la vida. Así pues, los investigadores supusieron que toda esta edición podía deberse a la presencia de otro tipo de material genético llamado microARN, que modifica la forma en que se expresa el ARN mensajero.
Sorprendentemente, encontraron 42 nuevas familias de microARN en los tejidos nerviosos de los cefalópodos estudiados, mayormente en el cerebro. Esto supone la tercera mayor expansión de familias de microARNs en el reino animal y la mayor en invertebrados. De hecho, sabemos que desde el ancestro común de las ostras y los pulpos (ambos moluscos), las primeras solo han desarrollado cinco nuevas familias de microARN, mientras que los pulpos, si contamos todas y no solo las encontradas en tejidos nerviosos, alcanzan la cifra de 90 familias nuevas. Todavía no se entiende exactamente cómo podrían estar relacionadas estas secuencias genéticas con el desarrollo cognitivo de los cefalópodos, pero parece haber una correlación interesante.