Calculan que las mujeres abarcan entre el 3% y el 5% de los choferes de transporte público sindicalizado. Se plantean emprender la lucha por la conformación de un sindicato de mujeres conductoras.
Y es que ser minibusera en El Alto, como en cualquier otra ciudad del país, es un camino que a veces está lleno de amenazas, acoso y hasta pedradas.
Así lo corroboró Elsa, la mañana del 7 de noviembre, cuando el minibús que conducía fue interceptado por un grupo de choferes de otro sindicato. La atacaron porque llevaba pasajeros desde la carretera a Copacabana hasta la Ceja de El Alto. Una ruta que presuntamente les corresponde sólo a ellos, pese a que el sindicato al que pertenece Elsa también asegura tener permiso para cumplir ese tramo.
“Qué haces aquí, regresa a la cocina”, escuchó y empezaron a atacarla. “Creo que esa es la frase que más he escuchado desde que me convertí en chofer. Pero esa mañana fue diferente, pasaron el límite”, cuenta Elsa.
“No sólo fue una pelea por la ruta, porque las peleas que tiene con los varones son a golpes, de igual a igual. Esa mañana nos agredieron, a mí y a las compañeras que fueron a socorrerme, por nuestra condición de mujeres. Lo dejaron claro en sus insultos y amenazas: están al volante porque seguro están con su dirigente, vamos a pedir su cabeza, si vuelven las vamos a violar… me dijeron que no soy chofer”, relata Elsa.
Aunque logró escapar, el daño ya estaba hecho. La turba destrozó su minibús y hasta intentaron prenderle fuego. De nada sirvió el socorro de sus compañeras y compañeros que tuvieron que salir corriendo para resguardarse. “Elsa dejalo, ya está hecho, ya no podemos hacer nada”, le dijeron para que abandone el mini-bús que tanto le costó adquirir.
“Nos quieren invisibles”
“Mejor usen rutas alternas, si son grupos o rutas muy visibles van a tener problemas con los choferes varones. Si no quieren problemas, no deben ser notadas”. Esa fue la respuesta que Julia Quispe recibió de un funcionario edil cuando intentó conseguir permiso para una ruta de transporte público para la Línea Lila, un servicio conformado por 45 mujeres choferes.
“Es que nos quieren invisibles. No en todos los sindicatos reciben mujeres, en los que lo hacen aún somos sólo la base, seguimos subordinadas al dirigente varón. Ocupamos cargos bajos en la dirigencia, no hay mujeres a la cabeza de un sindicato”, afirma Quispe, ejecutiva de la Central de Mujeres Productivas y Emprendedoras de El Alto (Cemupe), organización que impulsa la Línea Lila.
Según un estudio del Cedla, en La Paz y El Alto el transporte público está en manos de 69 organizaciones de transportistas, entre sindicatos, cooperativas y asociaciones de transporte libre. Choferes propietarios, choferes asalariados y otros trabajadores como voceadores y agentes de control suman alrededor de 44.000. No hay datos de cuántos son mujeres.
Sin cifras oficiales, Quispe calcula que ellas ocupan entre el 3% y el 5% de ese total. “El 95% del rubro está monopolizado por los varones. Hay una gran desventaja, aunque tenemos el mismo derecho de trabajar y llevar el sustento a nuestro hogares”.
Asegura que cada vez son más, sobre todo en El Alto. Solo en un año, la Línea Lila agrupó a 45 conductoras y el Cemupe capacitó y ayudó con sus licencias de conducir a más de 100.
Aunque las conductoras son cada vez más, hasta ahora no lograron la independización de los sindicatos de varones ni instaurar una línea de transporte público solo de mujeres. El problema no solo está en la falta de interés de las autoridades, sino en las mismas dirigencias.
“Hemos solicitado a la Federación Andina que nos reciban como un sindicato. Hemos tenido cuatro encuentros que no han llegado a nada y en el que solo nos hicieron creer que nos escuchaban”, reprocha Quispe.
En el marco de la cumbre de mujeres, organizada por la Central Obrera Regional (COR) de El Alto, se planteó la formación del sindicato de mujeres choferes, con el objetivo de defender el derecho laboral de este sector.
Para Elsa, la idea de un sindicato aún no es algo muy cercano, pero, no por ello le es ajeno. Con ella son siete las mujeres que, sin problemas, fueron recibidas en el Sindicato 24 de Junio. Como cualquier chofer, cada una pertenece a uno de los grupos del sindicato, pero creen que es hora de aglutinarse en uno que sea sólo de mujeres.
Aún no piensa en una nueva organización, pero sí cree que es necesario que las mujeres que trabajan como choferes se organicen y representen.
Chofer por necesidad
M.Y. está una década al volante. Manejó desde taxis hasta camiones, pasando por los minibuses. Siente que la discriminación por parte de los choferes y pasajeros varones aún está latente, pero mucho menos que cuando ella empezó.
“Me cerraban el paso para que no levante pasajeros, me decían que el lugar de la mujer era la casa. Los pasajeros se subían y al ver que era mujer, se bajaban. Hasta ahora cuando voy lento hay varones que reniegan y me dicen que no sé manejar porque no soy hombre”, señala M.Y.
Llegó al rubro por necesidad. Su esposo era chofer y al morir la dejó sin sustento. Con dos hijos pequeños y un chofer asalariado que “hacía su gusto con su minibús” decidió hacerse transportista. Su historia es muy similar a la de S.Q. Su esposo era chofer y aunque ella siempre quiso conducir, él solo la dejaba ser voceadora. Cuando él la abandonó, junto a su tres hijos, a ella solo le quedó seguir trabajando como anunciante.
“Trabajaba con un señor que me dejaba ir con mis hijos, pero cada vez eran más grandes. Él me dijo: ‘Ya no sufras, yo te voy a enseñar a manejar, así vas a trabajar’. Ahí aprendí”, recuerda.
Conseguir su primera licencia no fue fácil. “Me dijeron que no podían dar licencias a mujeres y que yo debía ir a mi casa a cocinar. Yo me fui llorando, pero no me di por vencida”. Aunque hubiera querido conseguir la licencia por sí misma, tuvo que recurrir a quien le enseñó a conducir. Junto con un dirigente de un sindicato, le ayudaron a conseguir su permiso.
“No todos son machistas. Un chofer y un dirigente me ayudaron. Aunque no todos sus afiliados lo entendieron y le reprochaban que me ayude”, dice.
Para Quispe la incursión de las mujeres en el transporte organizado se debe a la necesidad de ingresos para sostener a sus familias. En su mayoría, porque ellas son padre y madre.
“Por lo general, las mujeres acaban en el comercio informal, pero ya no hay más espacio, la competencia es mucha. No queda más que entrar en estos otros rubros que se creían solo para varones, como el transporte, la construcción, la carpintería, etc. No son trabajos simples y en el caso de la mujer se suma el cuidado del hogar, lo hacemos por amor, pero aún así es muy sacrificado”, sostiene Quispe.
De acuerdo con el Cedla, los choferes del transporte público de La Paz y El Alto no tienen buenas condiciones laborales. El 84% de los choferes asalariados trabajan más de 11 horas al día y el 52% conduce su vehículo de 14 a 16 horas. No tienen aguinaldo, seguro y ningún beneficio de la legislación laboral.
Elsa no escapa a esa realidad. Cuando su pareja la dejó, ella no vio más salida que buscar trabajo como chofer. La jornada puede ser extenuante, pero tiene la flexibilidad que necesita para atender a sus hijos.
Sale a su primer turno en su sindicato a eso de las seis de la mañana. Vuelve a casa cerca de las ocho para hacer el desayuno. Hace unas vueltas más con su minibús y vuelve para preparar el almuerzo. Alista la cena y les encarga a sus niños que hagan sus tareas y coman.
“Las horas que no trabajo en la mañana, las compenso en la tarde y la noche. A veces llegó y mis hijos ya llevan horas dormidos, sobre la cama, el sillón o el suelo, donde les pesque el sueño. Es muy triste. Una vez en mi desesperación pensé que sería mejor para mis hijos darle la custodia a su papá. Pero inmediatamente me di cuenta que no podría hacerlo, son mis hijos y por ellos trabajo”, sostiene.
“Ya no podemos callarnos”
Maribel Gómez es otra de las choferes que fue agredida, días antes y el mismo día que Elsa fue atacada. Asegura que a causa de la agresión perdió al bebé que esperaba. Hizo la denuncia, pero la misma no avanza.
Cuando sus compañeros le dijeron a Elsa que deje lo del ataque a ella y a su minibús, respondió: “No, no puede quedarse así. Hay que denunciar, no podemos callarnos, esto no le puede pasar a otra mujer”.
Aunque el minibús de Elsa está hecho trizas, su fuerza de voluntad está intacta. Perdió su herramienta de trabajo, pero no el pulso certero de sus manos para dirigir el volante. Necesita dinero y por ello se subió a un camión prestado para trabajar en un viaje departamental.
Desde la carretera, donde conoció a otras dos mujeres choferes de carga pesada, cuenta su historia y se prepara para retomar su sitio dentro del transporte sindicalizado y también a su lucha en la ruta.