Hace días comenzó el incendio que arrasó con hectáreas de ropa usada en el desierto en Chile.
A pocos kilómetros de Iquique, en pleno desierto de Atacama, se amontonaban montañas de ropa de segunda mano descartada, que acabaron en ese improvisado basural que se incendió, aunque no se saben las causas, y emite gases tóxicos mientras las prendas se descomponen por el fuego.
Este basurero clandestino se fue ampliando por los descartes de 59.000 toneladas de ropa que llegan cada año a Chile —el primer importador de prendas de segunda mano de América Latina— a través de la zona franca del puerto de Iquique, a 1.800 kilómetros al norte de Santiago. Cerca de 39.000 toneladas acaban allí, sin ser revendidas.
El incendio, cuyas causas son investigadas, complicó a las poblaciones que viven en el basural, que se ganan la vida vendiendo esa ropa descartada y, además, el humo fue llegando a las ciudades cercanas, contaminando el aire de amplios sectores de Iquique.
La muralla textil
Chile es uno de los principales destinos de ropa fabricada en Asia y usada en Europa o Estados Unidos antes de ser rápidamente desechada. Cada día entran al país cientos de contenedores de ropa usada y más del 50% de las mercancías que ingresan son depositadas en este vertedero.
De esta manera, esa zona del desierto chileno se convirtió en un basural de lo que se conoce como «fast fashion»: ropa de diferentes calidades cuya vida útil dura poco tiempo. Según Greenpeace, con este término se hace referencia a grandes volúmenes de ropa producidos por la industria de la moda, como producto de las tendencias y la «necesidad» de la innovación, lo que contribuye a poner en el mercado millones de prendas y fomentar en los consumidores una sustitución acelerada de su inventario personal.
El alto costo ambiental
Un informe de la ONU de 2019, estableció que la producción mundial de ropa se duplicó entre 2000 y 2014. En este marco, la industria textil es responsable del 20 por ciento del total del desperdicio de agua a nivel mundial. Un ejemplo: para fabricar un solo par de jeans se necesitan 7.500 litros de agua.
Además, la ropa es un producto que puede tardar 200 años en biodegradarse, y tan tóxica como los neumáticos o plásticos desechados. Su fabricación, junto con la del calzado, contribuye en un ocho por ciento a los gases de efecto invernadero a nivel mundial.